... Fluctúe sobre unas dunas entre cañas de bambú, atravesé la playa de la Arena, crucé el puente de Pobeña, trepé por una larga escalera y levité hasta Kobarón costeando en un Camino que era un balcón estirado que bordeaba la orilla del Cantábrico igual que una culebra...
... El paseo fue increíble en un marco perfecto: Cielo azul celeste, mar azul marino, suave balsámica brisa de poniente acariciándome las pestañas, tenue olor a alga fresca, el sol alzado en lo alto enviando unos acariciadores cálidos rayos,... ovejas balando en una verde pradera que se elevaba a mi izquierda, y el lamento de siempre nostálgico timbre de las gaviotas aliñando el silencio proveniente de la inmensidad que se postraba bajo el precipicio...
... Me introduje al interior escabullándome bajo la autovía entre pilares mastodónticos y en Ontón opté por la carretera antigua, abandonando la senda marcada por sus 8 kilómetros añadidos.
En una curva subiendo a Saltacaballos escuché un chirrido de derrape por detrás, mire sobresaltado y vi abalanzarse sobre mi un Audi negro enloquecido marcando trompos. Involuntaria y absurdamente elevé los brazos para protegerme, pero en el último momento de lo que me pareció una secuencia infinitesimal el coche enderezó y pasó de largo.
En la bajada, abandoné la carretera y descendí en picado por medio de una senda invisible y sin desbrozar, en la que me llené de pinchazos de zarzas y picaduras de ortigas. Dejé la población de Mioño a mano izquierda y tiré recto por la playa y el pequeño puerto...
... En el pretil de un malecón en cuyo final contrastaba un pequeño faro, un señor de porte marinero, que escudriñaba el horizonte con aire ensimismado, reposaba un brazo en una pierna flexionada que se apoyaba reposada sobre un resalte; le acompañaba un perro que sentado parecía mirar lo mismo que su dueño, en una estampa marinera idílica.
Cuando sobrepasé su posición escuché una voz dirigirse a mi...
- No se te ocurra ir por ahí, vete al pueblo y coge la carretera.
-Por?
-Ese camino es peligroso, no vayas, no va nadie...
... Miré al marinero a los ojos y estos desviaron la mirada, huidizos, delatando una mentira. Pero lo mas llamativo es que vi claramente lo que se escondía tras su rostro: era el demonio.
Hice caso omiso de su consejo y seguí hacía adelante y hacia arriba.
El Camino era un himno a la sencillez, una estela de hierba imperceptiblemente clareada en medio de una colina. A estribor una inmensidad refulgente azul me vigilaba, y cuidaba; guiaba mis pasos. De modo que me abalancé sobre Castro sin impedimentos,... mientras crecía y crecía ante mis ojos.
Ya en el malecón, tras una breve visita a un puesto de helados, realicé una pequeña pausa en un banco. La combinación de naranja con chocolate negro era sublime, el mar seguía siendo mi acompañante. Me acordé del marinero de Mioño y tuve la corazonada de haber burlado un gran peligro. Suspiré aliviado y pensé...
-Que hijoputa...
Volví a ponerme en marcha, me calcé una sorprendente liviana mochila como si se tratara de una chaqueta y partí por un paseo abarrotado de paseantes de rostro borroso.
Tenía una cita continua con mi destino.