Me vuelvo viejo, y raro, y cuanto más viejo, más raro. Hay que joderse y ya lo sabía, pero me estoy quedando chapado a la antigua... Está sensación es la que me ha golpeado de una manera especial en el Camino del Norte. Me ha llamado la atención.
… En el Camino del Norte un peregrino… o pretendiente a peregrino, o caminante con mochila, o andante bien jorobado como se prefiera… aún es un ser extraño. Uno lo nota a su paso. Los paisanos miran de reojo el bordón de dos metros y se agarran la boina. Los perros te ladran como con prudencia, con cierto acojono se diría, como si se preguntaran de donde ha salido el extraterrestre colgado este y de lo que puede ser capaz. Los señores engominados que desayunan mientras leen el periódico en su terraza del adosado de nombre “Paraiso XX”, levantan la ceja y luego hacen un gesto de decepcionada aceptación sumisa, como si el mundo definitivamente no tuviera remedio. Y los ciudadanos de las capitales al cruzarse contigo no te quitan la vista de encima y se apartan despavoridos, sobre todo si el peregrino en cuestión camina en traje de baño, va tocado con sombrero, desaliñado y con la nariz blanca contrastando con el curtido “Tutankamon” por la solanera de agosto y el salitre.
… Pero no solo es un extraño para la ciudadanía civil, sino que también lo es para la jacobea. Uno desprendiéndose del mayor número de normas posibles, camina solo, no come porque no le apetece en el momento, tira por una variante para probar, se trinca sin pestañear dos pintas seguidas por culpa de los putos conductos de Solay; llega a las siete, o a las ocho, o a las nueve de la noche, despreocupado tras haber hecho manitas con la magia del atardecer en un valle de ensueño; al día siguiente se levanta a las 6:00, y al siguiente a las 8:30 según se le cruce el cable, parece dispuesto a ceder el colchón si llega alguien más tarde, si hay cola en la ducha se va de vía crucis por medio de las piedras de la villa monumental, y cuando vuelve lo hace con agua fría y en un santiamén, si llueve le importa un huevo,… y se quedan flipando en colores.
-Pero este tío mira que es raro.
Es comprensible supongo, pues quizá yo me lo busco. Hay en otros aspectos sin embargo, que uno no hace nada y se convierte en un raro algo chapado a la antigua. Lo verificaba en las playas, los veía a todos con sus tatuajes, los “tatoos” de ahora, y me quedaba de piedra; el horrendo cabezón de un tigre saliendo de un hombro peludo, una rosa azul en un ombligo, un tribal en el omoplato, unas runas japonesas en el cogote, y me sentía un ser extraño: un piel sin pintar o algo parecido. Alguno estaba pintado con gusto, pero la mayoría eran antiestéticos. Sobre todo cuando los veías de lejos, pegotes deformes que daban la impresión de que estaban plantificados por el simple hecho de mostrar que se poseía un prodigioso tatuaje…
…Luego pensaba en las cagarrutas en que quedarán las runas con el paso inexorable del tiempo, o en ese chiste que cuando está en reposo se lee “REC” y cuando está en plena expansión “RECUERDO DE CONSTANTINOPLA” y se me dibujaba una sonrisa.
Lo mismo me ocurría con los horribles Grafitis que lo dejan todo hecho un asco. Un decorado feista. Uno en el camino observa, y yo lo observé: la plaga de Grafitis invadiendo los bordes del Camino. Los grafitis están en todas partes, si algún día cobran vida desde luego estamos perdidos. En cualquier muro, en cualquier puente, en cualquier túnel, en cualquier pared o pilar, allí estaba el escrito multicolor con las “es” obesas y las “eles” empalmadas, imposible de identificar el resto de letras, componiendo un texto ininteligible junto a una especie de hormiga atómica, una teta morada y una firma de replicante lo menos. No vi casi superficie vertical que se librara, y cuando uno creía que se encontraba milagrosamente con un trozo de pared blanca, allí estaba casi en letras tridimensionales… “Si eres titiritero, toca con la picha este letrero”.
…Son detalles que atestiguan que voy volviéndome un auténtico carcamal chapado a la antigua. Hay que seguir a pesar de todo, supongo. Y renovarse o morir.
Pero que voy a hacerle yo, si prefiero el barro al asfalto, las pintas con espuma al isostar, la morcilla de Burgos a la zanahoria rallada, las playas desiertas a las aguas climatizadas, la piel diáfana a la mancha de galipote, la belleza de la naturaleza al arte suburbial importado, de las dos majas de Goya me quedo con la misma que tú…
…Y luego están los Caminos, que al igual que yo, también los prefiero chapados a la antigua: naturales, bonitos, duros y puros.