Que puedo yo decir de Granja de Moreruela,... a parte de que no se parece en nada a París.... Aunque ahora que lo pienso, al menos podré decir...
-Siempre nos quedará Granja de Moreruela.
Puede parecer una estupidez, y de hecho lo es, pero hay tantas y tantas estupideces en este mundo, que una mas no creo que importe.
Este pueblo de curioso nombre es el típico que yendo de viaje, si paras a hacer una pausa para tomar una "cerocero" en un bar, pensarías que se trata de un pueblo feo, aburrido, pobre, sin nada que ofrecer y sin encanto...
... En cambio, llegando a el por el Camino de la Plata se muestra con luz y esplendor propios al peregrino dispuesto a no dejar de dejarse sorprender, descubriéndole un valor exclusivo para el y negado al viajero eventual que brevemente aterriza en ninguna parte para continuar vuelo y llegar por fin a alguna parte.
Granja de Moreruela es ni mas ni menos que la gran encrucijada de la Plata, donde no hay mas remedio que elegir: tirar recto al norte para encontrarte con Astorga, o por el contrario variar el rumbo hacia el nordeste y dirigirte a Santiago vía Sanabria y Orense ( He oído que entre ambas rutas a Santiago debe de haber una diferencia inferior a 20 km). La elección mayoritaria es la segunda, aunque yo, antes incluso de empezar en Sevilla, ya había elegido las dos, primera una y en cuanto tuve ocasión la otra. Ambas son y lo serán, por lo menos para mi. Y en ambas me sentí parte del Camino de la Plata. La una es mas espectacular, la otra, mas intima,... y llana como el mar en calma,... para dejarse llevar.
El Obradoiro se encuentra lejos, a unos cuatrocientos kilómetros, pero Sevilla después de seiscientos mil metros topándote con las maravillas que te regala la senda, queda difuminado en el pasado, y te sitúas en un punto apropiado para sentirte plenamente adaptado, cómodo, integrado como si el Camino te hubiera permitido conquistarle,... y con el pulso bien cogido para afrontar lo que el destino depare.
Tiene una joya, en ruinas pero una joya: el primer monasterio de la orden del Cister en España, siglo XI, reventado por Almanzor, en el que prácticamente solo queda en pie y al aire libre un espectacular ábside recortando su desnudez contra el cielo.
La acogida es platera, fiel a su esencia, y el trato al peregrino inmejorable, donde no te avasallan con el precio de la comida e incluso te enseñan alguna peculiarmente bodega zamorana subterránea excavada en la tierra.
Te ofrecen la llave del albergue casi sin mostrar documentos y sin pedir nada a cambio. Libertad total en un espacio austero y precario a primera vista, pero al que uno puede convertir en suficiente e incluso aún diría mas: acogedor.
Allí conocí a una peregrina alemana que llevaba veintipico días casi sin conversar por su desconocimiento del castellano, a José de Almería que me contó que hasta el último momento no se decidió entre la Plata o París, con el que todavía tengo contacto y con el que volví a coincidir casualmente en otro Camino,... a los canarios Maria Eugenia, Ladis y Franc,... y al que estaba allí cuando llegué que nadie sabía su nombre pero al que llamábamos "el hospitalero".
Una rata muerta fue la causa de mi regalo, pues no puedo con roedores que midan mas de un palmo, y me obligó a sacar mi colchón fuera, en el suelo del porche,... una extraordinaria terraza desde la que mi luna platera escondida me permitió dormirme mientras observaba un firmamento abarrotado de pequeñas estrellas, inmóviles, fugaces y titilantes... Silencio aderezado por un coro de grillos y paz.
Fue en ese momento cuando José murmuró.
-Estoy mejor que en París.
... Y que razón tenía.