Llegué a Abadín totalmente calado. La lluvia se había ensañado conmigo y cuando aterricé a refugiarme en una gran nave para mercado y exhibición de ganado, parecía recién salido de una piscina: un desastre.
Ente boñigas y penetrante olor a establo, me cambié de ropa allí mismo y me fui al bar del pueblo, el único que vi. No pensaba salir hasta que parara de llover.
Es curioso, pero ahora mismo me plantan en Abadín sin decirme que lo es y no me entero. No recuerdo nada de este pueblo, solo que estuve en la borda aquella y en el bar cercano, y de cómo jarreaba. Por Dios que manera de caer… Nada mas.
Cuando abrí la puerta del garito; empezando por el tabernero, siguiendo por seis o siete parroquianos y terminando por una pareja de dos de la Benemérita; todos giraron la cabeza y me miraron de arriba abajo. Lo hicieron todos a la vez, me parecieron graciosamente sincronizados y casi me echo a reír involuntariamente. Menos mal que me aguanté y no lo hice, lo digo por el jeto bastante torvo de alguno de los que se apoyaba a la barra.
Había unas mesas, y en la del fondo se sentaba una peregrina. Salvación... Sintiendo la mirada escrutadora del resto del bar, me fui directo a ella con la misma sensación que tendría si el día de carnaval fuera el único del pueblo que va disfrazado.
Su sonrisa de bienvenida me invitó a sentarme junto a ella. Era una guapa mujer madura. Podría ser mi madre. Congeniamos enseguida y compartimos almuerzo.
Ella me hablaba y yo escuchaba. Nada preguntó sobre mí, ni siquiera mi nombre. Solo necesitaba desahogarse y me contó su vida: una vida modélica, sin apenas errores, de las que dan envidia. Felizmente casada, un buen trabajo de enfermera, con dos hijos ejemplares, buenos estudiantes de carrera,. formales y trabajadores,
-El pequeño un encanto -me dijo.-…Lo que tengo no lo cambiaría por nada del mundo.
Sin embargo sus ojos no me engañaban, eran tristes, melancólicos... como solo los puede tener un corazón roto de mujer.
No pude evitar pensar que si todo le iba tan bien, entonces porque estaba allí, triste y sola en el camino del norte ¿Que buscaría?... Tuve la corazonada de que en su caso, buscara lo que buscara, nunca lo encontrará.
.... Mientras tanto, al otro lado de los cristales, llovía y llovía sin tregua. Y en tres días, la lluvia no cesaría.