“Biga biga baga biga higa daga boga sega sa isa iso isoisaiso peray batidopun tidopún Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo klikyki mili kili klickik cliklic Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo Biga biga baga biga higa daga boga sega sa isa iso isoisaiso peray batidopun Biga biga baga biga higa daga boga sega sa isa iso isoisaiso peray batidopun Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo klikyki mili kili klickik cliklic…”
…Canturreo la canción de Mikel Laboa mientras levanto los restos de mi campamento de superviviente… Y no, no es una exageración, pues realmente había montado un campamento de superviviente. Al poco rato de dormirme, comenzaron los ruidos de los motores de los coches, las voces, las risas y la música. Tenía entendido que los franceses, además de ser extremadamente pulcros y civilizados, cenaban pronto como los sabios y se retiraban temprano como las gallinas. Pero las visitas a la pizzería y al cajero automático de la sucursal bancaria se suceden; y yo, aunque invisible agazapado en mi provisional trinchera… rodeado estoy. Algún coche llega a aparcar literalmente sobre mi cabeza, si me incorporase los faros me deslumbrarían y mi clandestina sombra se proyectaría contra la delatora pared del banco. El lugar tranquilo y solitario tan estudiadamente escogido se ha convertido de pronto, como si alguien hubiera abierto una barrera de acceso, en una concurrida zona de ambiente nocturno.
En el momento de despertarme sobresaltado me encuentro echado de lado, y al girarme para posicionarme boca arriba, pues me asalta una inequívoca sensación de presencia, mis ojos dan con la cara distorsionada y repleta de pecas de una niña de coletas de tonta del bote que se ha encaramado sigilosamente al pretil y me observa desde las alturas con los ojos muy abiertos. Ha detectado mi presencia y parece inspeccionarme con curiosidad.
-Ni ege bai nahi dut lo egin (yo también quiero dormir). –Me suelta en un encantador euskera afrancesado. Estoy tan pasmado, aun no he digerido tan surrealista situación en su totalidad, que casi reacciono absurdamente haciéndome a un lado para cederle un hueco, –Estos franchutes van a acabar conmigo –farfullo entre dientes cuando termino de recuperar la lucidez del desvelado.
-Nekatuta al zaude? Eta non daude zure gurasoak ba? (¿Estás cansada? ¿Y donde están tus padres pues?) –le preguntó a la pobre niña somnolienta.
La respuesta -se ha asomado una pareja joven y yo empiezo a sentirme como Copito de nieve en el Zoo -llega de más arriba:
-Maialen, utziozu gizonagi lo egiten! Barkatu jauna, badakizu nolakoak diren txikiek. (¡Maialen, déjale dormir al hombre! Perdone usted, señor, ya sabe como son los niños).
-Lasai, ez da ezer gertatzen… Agur Maialen, laster joango zara ohera, zintzoa izan. (Tranquilos, no pasa nada… Adiós Maialen, pronto irás a la cama. Sé buena).
-Agur –Me responde la niña agitando la manita.
Transcurre el tiempo y siguen rodeándome los motores al ralentí, la horrible música disco francesa, los pasos, las conversaciones y las curiosas visitas de media noche al cajero, y decido pasar a la acción. En un primer impulso he pensado en levantarme y gritar como un energúmeno una amenaza del tipo: ¡Si no os calláis de una puta vez, llamo a los gendarmes, panda de capullos!... Pero un peregrino, además de pacífico, ha de ser, en circunstancias delicadas, un superviviente; y es el momento del temple, la astucia y la sagacidad. Y cuando el enemigo es tan poderoso y la necesidad apremia, la inteligencia y el ingenio son cualidades que surgen espontáneas, desde la profunda guarida donde se hallaban ocultas, en forma de fulgor resplandeciente en la mente: voy a aislarme, voy a desaparecer del mundo.
Revuelvo en el compartimento exterior de mi mochila, extraigo la capa, la extiendo y le aliso las arrugas. Ahora es una carpa en forma de iglú. A continuación divido en dos pedazos mi bordón desmontable y los amarro en ángulo por un extremo con el cordón de repuesto. Ahora es una rígida columna regulable. Apoyo la parte superior de la columna contra la esquina del pretil y extiendo la carpa sobre el espacio que limitan los travesaños. Con los tres puntos de apoyo he conseguido armar en unos minutos una especie de rudimentario “tippi” de indio piel roja que… se desmorona en varias ocasiones; hasta que consigo acertar con la posición de equilibrio del dispositivo desmontable de complicada estabilidad.
Satisfecho, me introduzco cuidadosamente por una ajustada abertura hasta que la mitad de mi cuerpo, de cintura para arriba, queda introducida en la cavidad de la improvisada tienda de campaña. He levantado un campamento de… media persona.
La solución no es ni magnífica ni definitiva ciertamente, pero sí que consigue aislarme de la barahúnda que se libra afuera y poco a poco, sintiéndome un híbrido entre hombre apañado y avestruz timorata, me voy tranquilizando hasta que vuelvo a dormirme profundamente. Diría que han volado apenas unos instantes cuando siento colarse una luz en el interior del mini invernadero en el que estoy encajonado. Abro los ojos y me incorporo llevándomelo por delante y dejándolo reducido a un toldo informe y dos palos unidos con una cuerda desparramados por el suelo… Ha amanecido en las afueras de Ustaritze.
…”Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo klikyki mili kili klickik Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo Biga biga baga Biga biga baga biga higa daga boga sega sa isa iso isoisaiso peray batidopun tidopún!!… Higa biga boga sega… Sirristi mirristi salna kikiliso palio plan kerre nurru peda nedo…
…¡ klikyki mili kili klickik cliklic!”
Una vez terminado de recoger, empaquetar, vestirme, calzarme y montar el bordón, me pongo en marcha. No hay rastro del bullicio nocturno. He dado escasamente una docena de pasos cuando vislumbro un escaparate con luz en una fachada adyacente y me acerco a curiosear… no vaya a ser por casualidad que se trate de…
-¡Una cafetería abierta!
Pensando que debe ser mi día de suerte, accedo con una sonrisa de oreja a oreja a un pequeño establecimiento donde el intenso aroma a pastel llega a saturar el sentido del olfato y a anular el resto, de manera que me queda la impresión de que me he convertido en una gran nariz, y pido:
-An chocolat et an cruassan, sivuple. -Me siento a una mesita y doy cuenta del delicioso desayuno, sin asimilar aun mi fortuna; y pensando en ello, caigo en la cuenta que es domingo veinticinco de julio:
Día de Santiago apóstol.
Una vez apurado el chocolate, me acerco al baño, me lavo la cara y las manos y me cepillo los dientes. Estoy listo para una buena caminata. Abandono la pastelería y, cruzando la carretera, también el inolvidable pueblo de Ustaritze.
Intento seguir las plaquitas señalizadoras francesas. Frente a una bifurcación, a pesar de creer haber prestado la suficiente atención para no perderles la pista, no hay rastro de ellas y me quedo momentáneamente atrancado. Observo, investigo, dudo… Debato para mis adentros sin pronunciar palabras, me cago en su padre en voz alta, y decido en voz baja; como a la chita callando. La opción de la derecha parece conducir a algún terreno privado, posiblemente custodiado por un perro guardián de los que siempre me dan un susto de muerte aunque los intuya y los vea venir; así que elijo la de la izquierda. Al poco me veo pisando el arcén de una carretera triste y desierta.
Ignoro si sigo la dirección correcta, me temo que no, pues las señales no han vuelto a aparecer; pero no me importa. A algún lugar llevará sin duda. Teniendo en cuenta que mi Camino puede acabar en cualquier momento y en cualquier lugar no me preocupa tanto a donde me dirija. Bien estará a donde el destino o el azar, la fortuna o la fatalidad me lleven. Y si por casualidad este es Ezpelette, tendré la oportunidad de probar esos sobresalientes pimientos. Ezpeleteko piper zoragarriak.
La mañana es fresca, me rodean extensos pastos limitados por alambradas de espino bajo un cielo encapotado que va desprendiendo densos y oprimentes telones de niebla que seguramente me privan de unas vistas magníficas. Comienza a chispear y me veo forzado a proporcionarle el empleo oportuno a mi capa multiusos. El día es una opuesta y lograda réplica al de ayer. Aún con todo y a pesar de que he de esmerarme en el paso, ya que la carretera pica en subida, se camina bien. Y no llevar ninguna prisa, sin duda ayuda... Al llegar a un alto me encuentro con una encrucijada en la que uno de los postes allí levantados indica que el Camino de Santiago se interna, mediante un sendero de herradura, por la izquierda. Otro sendero, que parece haber sido cortado por la carretera con respecto al que he de seguir, desemboca en el alto desde mi derecha y sospecho que es el mismo por el que yo debía haber accedido al estratégico punto donde me hallo.
Recuperada la ruta legítima del Camino del Baztán, ondulo en las crestas de varias lomas acariciado por un sirimiri que cae suavemente sobre los campos, enjuagándolos y dejándolos limpios y brillantes. El frescor de la tierra mojada se va alzando y respirar hondo es una placentera práctica que reconforta al espíritu. Me gusta caminar bajo la lluvia; cuando me entrego a ella permitiendo que me moje, mi capacidad de despreocupación crece notoriamente. La lluvia pule al peregrino, lo curte y a su vez lo afina.
El camino desciende dando un rodeo, trazando varias curvas en ambos sentidos. Abajo ya se revelan una multitud de encantadoras casas al estilo vasco francés, desperdigadas a su libre albedrio a lo largo y ancho de una pequeña vega, que pronostico que conforman el pueblo de Souräide. En cuanto alcanzo las primeras casas por la carretera a la que he salido, un giro me desvía del pueblo y una pista me va alzando nuevamente hacia las crestas de las verdes y mojadas colinas, cuyas formas, vegetación y perfume me recuerdan que son parte del Pirineo; aunque el mar, que también se huele y se presiente aun sin verse, esté cerca.
Subo entre peñascos. En los más lejanos se posan unos silenciosos buitres leonados. Creo que me vigilan, alguno parece inclinarse para afilar su pico contra los rocas, quizás esperan que me despeñe y pase a ser el suculento menú del día. Agito el bordón y les grito, pero no se inmutan. Una pareja de cuervos sobrevuelan mi cabeza y graznan, es posible que compartan deseos gastronómicos con los buitres. Entre el cielo encapotado y la presencia de tanto carroñero, el paraje empieza a tomar un tono lúgubre y yo en semejante ambientación imagino que soy un caballero andante medieval
-Pronto aparecerá el castillo custodiado por el malvado dragón al que daré pal pelo con mi bordón caneador.
Creo que he alcanzado una altitud importante y ahora los montes de innegable fachada pirenaica sustituyen a las colinas. Los arbustos desprenden un aroma silvestre fresco y húmedo; penetrante. Me detengo a observar las vistas, pero la baja nubosidad me lo impide. Aunque solo veo montes, probablemente desde este punto podría divisarse en un día despejado toda la costa de Iparralde y Hegoalde limitando el desbordante y refulgente azul del mar cantábrico.
No me alargo en la pausa, pues pesar de no llevar prisa, el deseo de caminar se mantiene alto. Ainhoa no debe de andar lejos.