Hoy también llueve, no hay posibilidad de adecentar un poco el jardín, pero como todas las mañanas Marcelino ha salido a comprar el pan, ya viene de vuelta a casa cuando cree que desde atrás alguien desconocido se dirige a él para interrogarle... La voz es de mujer.
Tercera jornada de Camino, Irene y Sara, son amigas de siempre y tras largo tiempo de espera les llega por fin la oportunidad de este atrayente lance con apreciable dosis de reto, pendiente hasta el momento a causa de los incesantes compromisos y las eternas obligaciones que constituyen sus vidas.
Jóvenes, aunque entradas en años, pero sobre todo mas primerizas que un inmaculado y asexuado querubín recién caído de una celestial nube en el burdel mas miserable, infecto y mugriento del barrio chino de Pekín. Una es tan pequeña, extrovertida y rolliza como práctica, la otra una alta espiga que se estira para adentrarse en si misma, de lo que se deduce que se complementan a la perfección.
Pero lo están pasando mal. Cuatro días, del mes teóricamente propietario de mayor dosis de benevolencia meteorológica, lloviendo sin tregua. No se lo imaginaban cuando prepararon la aventura con inocente ilusión y las indumentarias seleccionadas distan millas del listón que se emplaza a la altura de las inesperadas circunstancias.
Barro, agua, frío, sueño y cansancio son empecinados acompañantes de los que no consiguen desprenderse. Irene tiene los pies mojados y un molesto constipado, Sara, para aligerar carga, eligió una capa de plástico impermeable comprada en un kiosco de venta de suvenires que a consecuencia del trote de ayer se ha convertido en un par de lamentables jirones. Lleva empapados desde los talones hasta las raíces del cabello pasando por la ropa interior. Hasta ahora no han conseguido dormir bien debido al destemple, la gente y los ronquidos, se sienten agotadas y la situación hace mella en la moral.
La última salvaje tromba de agua que hoy ha tocado llegando al pueblo, a parte de arrancarles el último pálpito necesario para tirar adelante, les ha obligado a intentar resguardarse en una pequeña taberna, la cual comprueban que se encuentra abarrotada.
Tras el fallido intento y descartado el emplazamiento por inapropiado, al girarse para buscar cobijo en algún soportal, Sara ha pisado mal, en el canto del escalón, se ha tropezado aparatosamente cayendo de bruces sobre un charco, sumándosele además, por si no fuera poco con el peso de su mochila, la ya de por si recargada carga emocional.
Se ha hecho daño, tanto que comienza a marearse a consecuencia no solo del dolor sino también del inesperado susto. Es el tobillo izquierdo. Y el colofón, el remate de un hostil aguacero de infortunios. La aventura termina antes de tiempo y deciden retirarse, una derrotada y abatida, la otra además renqueante y dolorida. Ambas con la premonitoria proclama de hace tan solo unos días por boca del allegado erudito de turno, vaticinando un indudable descalabro, resonando en sus oídos: “No duráis dos días”…
- Por favor, señor ¿Puede indicarnos donde se encuentra el ambulatorio? Mi amiga se ha lastimado el tobillo y tiene el pie hinchado, nos gustaría que le echaran un vistazo antes de volver al hogar.
- Pues no sé yo si estará abierto, tendré que preguntárselo a mi mujer, pero pasad un momento a casa, debo de tener una pomada para torceduras en algún lugar...
Poco rato después, mientras un intenso aroma a leña de haya fresca invadía una estancia poseedora de una placentera calidez casi balsámica y una entrañable autenticidad con gusto propio, al pie de la chimenea del salón reposaban dos pares de botas y calcetines. Frente a ella, en el respaldo de dos sillas colgaban camisetas, pantalones, sujetadores y fulares. Irene, de cuclillas, se frotaba las manos al calor de las brasas y Sara prácticamente quería colarse dentro.
Ellas, con la desfachatez inocente que otorga la necesidad, asentían a todos los ofrecimientos sin prejuicios, y así, de mano de una espontaneidad con sabor a antaño, fueron desencadenándose una serie de gratos detalles.
Y vino una sopa caliente que repitieron, una ensalada sencilla, pechugas de pollo a la plancha y yogur de postre. Entre masajes y cuidados al pie magullado, una reparadora siesta, conversaciones donde ambas partes reciben agradecimiento y ofrecen novedad en similar proporción,... una cena con vino.
Los somnolientos ojos de Irene reflejaban con nitidez las hipnotizantes llamas de la chimenea, las cuales habían logrado corregir la mortecina expresión del rostro de Sara y realzarlo con un suave matiz luminoso.
- Tenemos una habitación que no utiliza nadie con dos colchones,... quedaos y mañana ya os volveréis.
Avanzaba ya la mañana cuando Sara, con el pie mejorado notablemente, despertaba con cierta dificultad a Irene, que afortunadamente continuaba soñando. De abajo se colaba un penetrante olor a café con achicoria recién hecho. La ropa y las botas ya estaban secas y en el exterior llovía solo a ratos.
Aquel día Sara con la vitalidad de Irene prestada, consiguió hacer veintidós kilómetros. Sé que cinco días mas tarde el jardín de Marcelino lucía bonito y, que ellas seguían caminando.
Y supongo que ambas a su manera, según se sucedían las jornadas sintieron que aquello era propicio para dedicar todo su tiempo con entusiasmo pleno sin necesidad de plácidas seguridades ni certezas, y valorarlo todo con mayor estima,... con un ímpetu más vivo y un corazón más alegre,... una aventura donde la rutina, el aburrimiento, el tedio, el compromiso, la falta de tiempo, la rivalidad y la competencia disminuyen en vigor e incluso desaparecen, y por el contrario, los valores del bloque opuesto se estimulan.
Y ya puestos a suponer, también supongo que sintieron que el Camino te lo ofrece: obstáculos, dificultades, esfuerzos, alegrías, sorpresas y ánimos con un carácter propio, mas intenso que en sus ámbitos habituales, y que este logró convertirse en su amigo. Lo que yo llamo un sentimiento peregrino.
En el Camino de Santiago.