Por fin lo vi de lejos y me detuve. Era uno de los momentos mas esperados de mi último Camino después de la abrumadora hospitalidad en Arrés y la decepción de Ruesta.
Ansiaba llegar allí, caminando desde el ya lejano inicio en Borce, un precioso pueblo francés con las típicas casas pirenaicas de piedra y sus grises tejados inclinados.
Monreal-Obanos. 30 km.
Mis casuales compañeros de Camino se quedaron mirándome al darse cuenta de mi pausa y les hice un silencioso gesto para que continuaran,... uno de ellos insistió en que siguiera con ellos, pero yo permanecí inmóvil.
Mi inquieta mente divagó mientras admiraba la estampa. Recordé la tromba que me había sorprendido a la mañana, mucho antes de llegar a Tiebas, con la enorme mole de la Higa de Monreal deslizándose, siempre imperceptible, hacia atrás. Mientras yo movía uniformemente las piernas pisando una senda ribeteada de arbustos de boj, que subía, bordeaba, rodeaba, enfilaba y bajaba sin avance aparente.
La rocosa y oscura montaña verde reposando en medio de la nada de una llanura de cereal, coronada de oscuras nubes que se iban desprendiendo por el soplo implacable de un frío viento proveniente del norte, contrastaba con el color amarillento mayoritario del paisaje.
El cielo con todas las tonalidades posibles de grises se revelaba triste y no había dejado de llorar suave durante todo el día. El intenso olor a tierra mojada era casi embriagador. Purificador.
Me centré. En frente mío se veía un infinito y vasto campo plano amarillo de trigo rapado. A mi derecha una hilera de árboles zarandeados a merced del fuerte y variable aire enfilaba recta hacia el horizonte. Ejercía de frontera natural de territorios, como una línea recta que divide una única tierra en dos terrenos. A mi izquierda otra fila de ralos arbustos confluía con el camino que me llevaría directo a mi destino. Dos cigüeñas cruzaron el cielo dirección Puente la Reina. Un cielo que se abría en ese instante y descubría un limpio tono azul marino.
... Mientras tanto notaba surgir inevitable y sin permiso: la emoción del momento, un cosquilleo en el estomago y una presión en el interior de mis ojos. Agarré el bordón con mano firme y me puse en marcha sin dejar de mirar al horizonte. Justo en el punto medio, allí se encontraba mi objetivo...
...Allí se encontraba, en la mitad de la nada, plantado como una tarta:
Eunate. Las cien puertas.