Ahora tocaba la vuelta a casa, se terminó, aunque...
... Nunca sé situar el momento ni el lugar en los que han acabado mis Caminos de Santiago en Santiago, si es que algo que cala tan hondo puede acabar alguna vez. Tampoco el comienzo, pero esa es otra historia, o quizás no, pues a veces se convierte en un bucle: acaba- empieza-acaba-empieza, y no acaba y ya has empezado. Bueno, tampoco lo sé seguro.
En Labacolla empiezas a pensar que esto se termina, ahora será en O'Pino donde te asaltará de lleno esa impresión. Monte de Gozo, mi gozo en un pozo, no me parece un buen lugar para dar por finalizado el asunto. En el Obradoiro te encuentras demasiado aturdido como para asimilar algo tan transcendente. En la oficina del peregrino te declaras rebelde con causa y te niegas a canjear un sentimiento por un trozo de papel, fracasas en el intento y te mantienes firme sin entregar la cuchara por unas horas. Y en la estación de trenes todavía tienes el sabor de Platerías danzándote juguetón en el paladar. Y es que, Platerías sabe mas a Camino que el botafumeiro de la catedral. En fin, no lo sé seguro.
¡Ding dong!. Señores pasajeros, tren procedente de alguna parte hará su entrada destino a su casa por la vía 2 en diez minutos. Tengan ustedes un placentero viaje.
Y en el tren es otra cosa, es donde en mayor proporción finalizan mis Caminos. El largo viaje al compás del tracatrán es un apacible proceso para que la marea jacobea vaya cediendo y las cosas tiendan a resituarse. Y uno se entrega con calma a sus pensamientos y sus reflexiones, e intenta sacar conclusiones que nunca terminan de mostrarse en plenitud, pero que si que se insinúan a contraluz. O algo así, no lo sé.
Y al ritmo del traquetreo hipnotizante te tranquilizas sabiendo que ha merecido la pena y tienes la convicción de que, como en raras ocasiones en tu existencia, por lo menos no has estado haciendo el gilipollas. Y tienes la agradable sensación de que servirá para algo y de que de alguna manera te hará mejor persona, mas humana, y te prometes a tí mismo hacerte una proposición un poco seria de redirección en tu vida, ser lo de ayer pero introduciendo un cambio, incluso llegas a creer que te traes contigo algún truco útil para aplicar tan complicado objetivo con bastante posibilidad de acierto. Y combinas reflexiones con sueños y sueño. Y piensas, sueñas y dormitas a ratos. Tracatrán, tracatrán, y el tren sigue su curso lento por dentro, pero como una flecha encima de unos raíles que parecen infinitos. Creo, pero no lo sé seguro.
Y te tomas un cafelito, un poco flojo, en la barra con el cristal de la ventanilla a un palmo de tu nariz y ves los campos por donde has caminado y te extasías mirándolos, no sé que tienen esos campos para seducir tanto, y de repente a lo lejos en miniatura, divisas las torres de Astorga, Asturica Augusta desde un final de Camino de plata, y tienes que sujetarte el pecho con la mano para que no se escape un brote incontrolado de melancolía, aunque no han transcurrido mas que unos poco días, ¿o eran horas? Y exclamas convencido para atajarlo por las bravas
-¡Volveré!.
Pero no ha sido mas que un descuido y la calma vuelve a ocupar su puesto, y así se va desencadenando como la corriente de un río y el nivel va descendiendo y las aguas van volviendo a su cauce. O algo parecido, no lo sé seguro.
-Tracatrán, tracatrán, tracatrán.
-Tracatrán, tracatrán, tracatrán.
-Tracatrán, tracatrán, tracatrán.
¡Ding dong!. Señores pasajeros, tren con destino a su casa va a realizar su parada en diez minutos por la vía diez. Gracias por la confianza depositada en RENFE y que tengan un buen día.
Y ahora toca coger otro tren en marcha, y escuchar un nuevo tracatrán con el mismo ánimo que el que nos ha sonado y llevado a Santiago y que parece no querer terminar de terminar.
… Aunque esto tampoco lo sé seguro.