-Como si lo pongo a las cuatro de la madrugada. Debe ser un sexto sentido… Por cierto, curioso la de sextos sentidos que existen. Igual de curioso que ponerse a pensar estas majaderías a horas tan tempranas. Es curioso, pero utilizo mucho el término "curioso", me parece curioso... curiosamente. ¡Bueno, basta ya!... Concéntrate.
Había dormido fatal de la muerte. Desvelado, incomodo y congelado. Pero que rasca hacía. Para siete euros por el alojamiento, un poco cutre la acogida, -Ni un triste calentador para secar un poco los pantalones - pensaba ruinmente y un poco avergonzado. Vaya peregrino patanegra de postal que estaba hecho.
-¿Que hizo por fin el Barça? pregunté con cierta coña.
-No sé, me quedé dormido antes de que acabara -Me respondió bostezando y estirándose como el oso yogui... No, encima había dormido como una marmota el muy canalla.
-No te lo pierdas. Si le tuve que apagar la radio yo, que el llevaba un buen rato frito. Me contestó ella, risueña...
Iba a soltar un improperio pero me eché a reír. Y ellos me acompañaron. La pareja de Calatayud, si vas a Calatayud, Fede y Azu se llamaban, y yo levantamos el campamento, montamos las mochilas en un santiamén, sobre todo debido al frio, y fuimos a tomar el café en la casa de la dueña del albergue. El desayuno completo eran tres euros‚ pero nos permitía tomar un café por uno. Fede que era muy precavido llevaba bollos, y yo con cafeína en el cuerpo voy que trino.
Salí al exterior el primero, ya estaba en el Camino y la bruma me envolvió. Además las casas, las calles, la paja amontonada, la tierra de los huertos, todo, exhalaba un vaho humeante que se entremezclaba con ella. Y para no desentonar con esta gélida peculiar orquesta ambiental, mi aliento salía de mi boca lanzado igual que humo desde una chimenea horizontal.
-Creo que todo era suave bajada hasta Triacastela....
Fue un paseo como paseando a Miss Daisy por un tramo de senda de tierra ribeteada de pretiles de piedra y con un marco incomparable compuesto de verdes colinas, empenachadas de nubes que no acababan de desprenderse. El monte Oribio en cambio se exhibía desnudo tal y como era. Desde una curva se divisaba abajo del todo y pequeño, Triacastela, cuyo nombre en contra de lo que parece, alude mas a tres castros que a tres castillos. Saqué una foto panorámica y comprobé el resultado:
-Desde luego, por el amor de dos, las cámaras las cargara el diablo, pero en mi caso las carga un paquete,... soy capaz de sacarle con los ojos rojos hasta al monte.
Tras el largo y sinuoso descenso, penetré en Triacastela sin prisa y por lo que me pareció la puerta de atrás. Y lo atravesé a lo largo de la rúa do peregrino, como no podía ser de otra manera, y dejando a mi vera las iglesia de Santiago, como tampoco podía ser de otra manera teniendo en cuenta el asunto que nos traíamos entre manos.
Desayuné con fundamento en el primer bar que vi, donde coincidí con la pareja de Calatayud, si vas a Calatayuuud. Intercambiamos impresiones sobre el tramo que nos deparaba y sobre posibles objetivos del día y allí los dejé otra vez. El leyendo el Marca para enterarse que había hecho el Barça y ella empollándose una guía sacada de internet, que por cierto, no daba una.
Increíble: salía el sol. Dejé atrás el burgo, y me adentré cruzando un pórtico imaginario en mi mente que me transportaría a, la magia de San Xil. De haber podido clonarme, me habría encaminado por las dos variantes que se presentan a la salida de los “tres castros”, pero la elección esta vez era inquebrantable, y aunque las dos me parecen encontrarse al mismo nivel, Samos ya lo conocía, y en esta ocasión el monasterio benedictino, aunque con cierta pena, salía descartado.
La travesía de San Xil fue sencillamente maravillosa, con tramos de valles boscosos seguidos de brillantes y verdes prados dominantes, coronados finalmente con bucólicas panorámicas de ensueño. Un regalo para los sentidos imposible de describir en palabras que comienza con una pista que se despliega en descenso rodeada de una amplia variedad de árboles y asciende después convertida en encantadora calzada hasta una fuente de enorme vieira esculpida.
Tras deliciosos sube y bajas, aderezados siempre con el escandaloso trino de lo pájaros, llegué a la par de San Xil, desde el cual se fue despejando todo en campo abierto: una pradera posicionada en un alto. Caminar es un placer al que no puedes resistirte, sienta como una terapia relajante y todo lo que te va saliendo al paso impulsa y obliga a seguir haciéndolo para descubrir la siguiente sorpresa natural. Un desencadenamiento suave, y verde, que va impregnándote el ánimo, y seducido, uno se deja llevar.
Sarria se intuye a lo lejos, y los robles, los valles arbolados, los regatos por donde brota el agua desde recovecos inverosímiles, los muros de piedra, y los senderos levemente embarrados y alfombrados de hojarasca en un ambiente limpio, fresco y puro van quedando atrás. Un paraje sombreado a la vera del Camino donde hago pausa me parece especialmente de medieval cuento de hadas. Y por encima de toda esta maravilla, el sol brillando. ¿Que mas se podía pedir?... Pues un bar, para recuperar energías. Y va el tío Santi y me lo pone. En Furela, como sorpresa del día, me encontré inesperadamente con,... una taberna abierta.
Entré en ella en chanclas, dejando las botas y la mochila fuera. A la barra la camarera, y a una mesa una pareja de peregrinos. Nos saludamos con el entusiasmo y la complicidad espontanea que surge después de caminar kilómetros en soledad y sin ver a nadie.
Juan y Yoli de... de Oviedo, me hicieron un hueco e intercambiamos impresiones del Camino. También habían dormido en la Fonfría, pero en la casa rural, y con calefacción. Eran nuevos en esto y no muy centrados. El me pareció un cascarrabias que se fijaba únicamente en todo lo negativo: en las carencias, en las pegas, en que todo estaba cerrado, en que en estas fechas invernales el Camino no estaba a la altura del peregrino, que vaya tiempo de mierda les había tocado, que era una vergüenza lo de Cebreiro… En fin, una retahíla interminable. La chica en cambio escuchaba atenta, era guapa y sus bonitos ojos grises desprendían más inteligencia que la mirada obcecada y quejosa de él -¿Que habría visto en semejante capullo? –pensé. Misterios de la vida. Yo le intenté tranquilizar y hacerle cambiar el enfoque, pues me parecía que con esa filosofía mejor te encuentras en Marina D'or, pero no sirvo para convencer y el tampoco escuchaba.
Además era de los que echaba mano del típico “yo siempre uno mas que tú”, como cuando eres niño. Si tu tenías una ampolla, el tenía dos; si a ti te dolían los pies, a él ni te cuento; si tu te mojaste subiendo el Cebreiro, a él es que le cayó un rayo en toda la cocorota. Y encima iba de listo, que a Sarria se encontraba a cuatro kilómetros, que se lo había dicho un paisano gallego -Pues nada que te los patees con salud -. Y también era un “cagaleras”, se fueron apresuradamente y se le olvidó pagar. Vamos, era todo un ejemplo de como no hay que hacer el Camino y fue un alivio volver a quedarse solo.
A continuación de un largo rato repantingado con un agradable fuego en un chimenea coronada con cien cachivaches jacobeos, pagué el bocata de salchichón, el café solo, un orujito de hierbas y lo de la pareja de Oviedo, conociendo como va el percal, tarde o temprano nos volveríamos a topar. Ahora tenía nulas ganas de andar, una pereza avasalladora me invadía, y también cierto desanimo. Pero ese día quería terminar pronto, descansar tranquilo y disfrutar de una tentadora urbe con todos los servicios. Sarria era mi único horizonte,... y se encontraba a siete, coño, a siete kilómetros.
De aquí en adelante, mayormente recuerdo el dolor de pies, un dolor que me obligó a concentrarme y a trabajar mi cabeza a todo tren para poder seguir desplazándome. Aún así el Camino me obsequió con un par de joyas. Una bajada por medio de una carvalleira, y otra por un bosquecito que era una obra de arte natural. Me detuve a admirarlo un rato para quedarme con cada detalle… Después desenfundé lentamente, sin desviar la vista del objetivo, apunté con precisión... -Fuuuuiiiiiuuuu fiu fiu, fiuuuuuuuuuuuu...fuuuuiiiiuuuiiii...fiu fi fiiiiiiiiiiiiiiiiii -y, disparé, ¡clicki!, a:
Una suave y descendiente senda de tierra cuyo línea ondulada era respetada en el mismo límite que marcan los bordes, por contundentes arboles levemente inclinados, adornados con llamativas enredaderas, que según se alzaban, se apartaban como cediendo el paso. Al fondo y en la mitad permanecía plantado un mojón.
Sarria se convirtió en un horizonte inalcanzable, y a su vez en un error, al olvidarme de lo que vivía en el momento para ansiar lo que me deparaba el futuro. Horizonte al que solo quería llegar de una santísima vez para dejar caer mis huesos. Calvor quedó atrás y la ciudad de los cien últimos kilómetros se divisaba pero se negaba a acercarse.
Descargué mis iras contra todo lo que se menea, dejé en hermanita de la caridad al peregrino cascarrabias de Furela y me ensañé hasta con el mismísimo e intocable Camino de Santiago. Sarria, una ciudad beneficiada con uno de los mas espectaculares timos del gran timo en que se ha convertido el Camino: los últimos cien kilómetros que te concede la “Compostela”. Un estúpido papel que tiene menos valor que un dibujo del niño mas torpe de parvularios, que no se sabe muy bien quien te lo concede, ni con que propósitos, rebosando condescendencia tras guardar cola a veces durante horas, y que rubrica el final de una peregrinación llena de enriquecedoras experiencias, suplicando un diploma que certifica, gracias a Dios,.que eres peregrino… Precisamente justo en el momento que tu sientes que dejas de serlo. Y vas, lo enmarcas y lo cuelgas en el recibidor de tu casa. Yo ya tenía dos, la de la primera vez y de otra que me acompañó mi hermano y lo hice por el, y va el tío y pide la de los ateos, alegando un motivo mayormente cultural, en fin...
Seguí desbarrando en pensamiento... Y Santiago, otro ¿Porque, quien coño era este individuo y de donde había salido? Intentas aclararte y no hay quien se entere. Galileo, discípulo de Jesús, hijo de Zebedeo, presente en las bodas de Cana, posiblemente emparentado con la virgen María, de carácter fuerte, parece ser que ni siquiera conoció Hispania, o sea que no sabía ni donde quedaba ¿Spain? ¿Were is Spain? Aunque pudo entrar por Tarragona, o por Cartagena, y predicar algo en sus ratos libres. Y cuyo atropellado y rocambolesco proceso de enterramiento en Compostela sería incapaz de inventarse el guionista mas ocurrente de Hollywood. Una historia-leyenda que siempre te la enmarañan aliñándola con un sinfín de nombres, santos y apodos con varios siglos de diferencia entre todos ellos para despistar. Pedro, Juan, Herodes Agripa, Eusebio de Cesarea, Sen Efrén, San Hilario de Poitiers como no; San Jerónimo, San Isidoro, San Aldhelmo de Malmesbury ni mas ni menos, Beda el venerable ni quito ni pongo, Ramiro I sino todo lo contrario, Clavijo por supuesto; Santa Teresa, San Miguel donde va triunfa, Quevedo también, Santiago otra vez pero versión matamoros, y hasta una teta disecada de Agustina de Aragón... “servía Perico Chicote copas de vino español”...¡tututwa!... Por no hablar del Camino mismo, con todo lo que le rodea; que en un primer momento, crees divino y que cuando lo vas conociendo, mas impresión te da de que se encuentra cubierto por una alfombra que si se sacude, sería como abrir el tarro de las esencias pestilentes… Y lo de la tumba, que siempre me imagino a un señor muy obispado en el momento de abrirla solemnemente y descubriendo en su interior un polvoriento y fosilizado esqueleto de pollo, tras lo que se oye un grito desgarrador...
Descansé la mente un rato, menudo cíclope me había salido en toda la cabeza, e intenté bajar el pistón:
Sin embargo no dejaba de ser un itinerario milenario lleno de maravillas reales y auténticas, una realidad llena de historia y cultura que la recorrían millones de peregrinos, que a todos transforma y a nadie deja indiferente, una realidad y una verdad… consecuencia de una quimera -¿Porque? - Pues, por lo mismo que se mueven montañas, o por lo mismo que sigo ahora dando pasos cuando los pies no pueden mas -Por fe, por fe amigo mío.
La larga travesía se sucedió mediante una cruenta batalla entre mi cabeza que quería seguir y mis pies empecinados en parar. -Un poco mas, un paso mas, en aquél banco de allí paro, no, en el siguiente; en aquel bar, no, un poco mas; en este otro; espera, un poco mas, un poco mas... un poco mas... un poquito mas... y así llegué a la oficina de turismo de la ciudad de Sarria.
-¿De donde eres?
-Ahora mismo ni soy nada ni de ninguna parte.
La recepcionista, me explicó muy amable sin que le preguntara y sobre un plano, donde se encontraba el albergue, los monumentos que debía visitar: el templo del salvador y el convento de la Madalena, por donde seguía el Camino. Me selló la credencial y me deseó muy buen Camino, cosa que agradecí porque me hacía falta.
Repentinamente me sentí dominado por una honda sensación de sed, y antes de acoplarme en el albergue, continué mi deambuladora travesía a la búsqueda de una taberna, lo primero es lo primero, y la encontré en la Rúa Mayor.
-Una pinta de cerveza con gaseosa, por favor.
Me dejé caer en una banqueta y me descalcé. Una mezcla de paz y relajación se apoderó de mí. Me bebí media pinta de trago. Un rato después, mientras mascaba pensamientos aleatorios enmimismado, vi recortarse en la puerta del bar la silueta de un tipo delgado y de cabeza ensortijada que empuñaba un palo.
-¡Ángelo! ¡Bon giorno per la tarda!! -Exclamé mezclando el italiano con el catalán. Se trataba de un peregrino italiano con el que había coincidido en Ponferrada.
-¡Eh, Peregrino! ¡Caminaste mucho hoy!
Y me dio un abrazo como si fuera un amigo de toda la vida al que no había visto en largo tiempo. Conversamos entre cervezas y risas. Angelo era pura y desenfadada alegría. Estaba loco, se encontraba muy impactado con la maravilla de San Xil, y a pesar de llevar dos días en Galicia, se había enamorado perdidamente de ella y había decidido que seguiría hasta Finisterre y después buscaría trabajo en las Rías Baixas. Una nueva vida y una locura que se le había ocurrido y que yo escuchaba con escepticismo y cierta envidia. Si existe la felicidad en todo momento y la filosofía de la vida es bella aplicada, Angelo era la imagen personificada de ellas. Hiciera lo que hiciese triunfaría y por el camino rompería unos cuantos corazones. Me contagió su entusiasmo e instaló una luz en mis entrañas, su carácter tenía la virtud de animar al que se cruzara en su camino. De repente, recordó algo, se fue urgentemente al albergue en busca de una amiga y nos despedimos... momentáneamente.
Me calcé, salí del bar para dirigirme al albergue, ya estaba en el Camino. En lo primero que me fijé al ir a cruzar la calle fue en una flecha amarilla que me escupió un latinajo a la cara:
-¡Ultreia et Suseia!
E inevitablemente obedecí sin atender a razones, y me lancé adelante y hacia arriba por la Rua Maior, sentía los pies nuevos. Rodeé y dejé abajo y atrás la ciudad de Sarria, olvidando su horizonte anhelado y me encaminé por lo que en aquel momento me pareció un tramo bucólico con su pequeño puente medieval, un encantador y rudimentario paso sobre una regata y el verdor general de los campos y los bosques. Dejé empapar mí vista con los prados verdes más nítidos, brillantes y limpios de toda Galicia. El trecho hasta Barbadelo duró una canción de Julieta Venegas cantada por mí.
"Nada que venga de afuera me puede hacer más feliz, como sentir tu mirada tranquila sobre mi. Eres dulce compañía, y mi alma tiene sed, me siento resucitada cuando tú me ves, eres dulce compañía y mi alma tiene sed. Quiero ver tu silueta volver, enredarme en tus manos y sentir tu piel, no puedo explicarlo como es que pudiste entrar. Mi corazón cansado, no quería ya dar más. Solo sentir tu mirada me siento florecer, Eres dulce compañía…”
-Eres dulce compañía... Eres dulce compañía... Eres dulce compañía... Eres dulce compañía...Eres dulce compañía... Eres dulce compañía... Eres dulce compañía…
El monasterio románico de Barbadelo se fue recortando y agrandando hasta que me posicioné a sus pies. Un señor que después resultó ser el cura me lo mostró con amabilidad... En el albergue me topé con la pareja de Oviedo, recibiéndome ella con alegría y el quejándose sobre una cuestión indeterminada cuyo motivo no llegué a concretar. Sin tiempo de ducharme, aparqué los trastos y las botas a los pies de la litera mas apartada, y acompañado de Juan y Yoli nos dirigimos a cenar algo a Casa Carmen. Tenía un hambre de lobo.
En un acogedor comedor las albóndigas estaban de muerte. Delante mío los receptivos ojos grises de Yoli, y a mi lado... un ciclope. Pero que coño, si un pavo puede conducir un Renault Clio con un chimpancé de copiloto que le apunta con una ballesta cargada, por que no iba yo a poder cenar unas albóndigas al lado de un cíclope.
Tras una vespertina charla en la mesa del comedor nos retiramos muertos de cansancio y dando un breve paseo acompañados de la panorámica de una noche fresca y silenciosa sobre Barbadelo. En el tablón de anuncios del refugio colgaba una pegatina en la que aparecía un peregrino, viejo conocido, enarbolando una bandera. A su pie se leía: "Bebe y lucha". Saqué el bolígrafo de la riñonera y escribí debajo:
"Y después te das una ducha", y firmé.