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QuicksearchCategoríasEstadísticasÚltima entrada: 2008-04-26 09:41
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05 El desafío de Pons Minea.Saturday, November 24. 2007
Me dio la impresión de que se completaba el amanecer justo en el momento en que salía por la puerta del albergue y me colgaba la mochila al hombro. Me encanta madrugar, ya estaba en el Camino, y no me cuesta esfuerzo, más bien al contrario. Generalmente estoy despierto con antelación y me toca esperar a que se descubra el día. Es medio manía, medio superstición. Creo firmemente en el refrán “A quién madruga Dios le ayuda”; y siempre tengo la sensación de que las cosas irán mejor poniéndome en marcha desde el punto de la mañana que comenzando el día a deshoras. Aparte, considero que la noche es un puro trámite que hay que dejar correr descansando y aprovechando que la luz no brilla, por su ausencia, y cuanto más breve sea el paréntesis, mejor; más tiempo para disfrutar del Camino. Por eso nunca doy excesiva importancia a la calidad del refugio que me acoge, ni planteo las jornadas condicionado por ello. Me abandono al azar, ya que por otra parte sería inútil resistirse: el Camino elige por ti, se encarga de desbaratarte todo lo que planifiques y te coloca donde el estima oportuno sin ningún criterio razonado. Para dormir en una cama, nada mejor que la mía, y tengo toda la vida para ello, al menos en teoría, aunque la práctica y el Camino se la tienen jurada y siempre se empeñan en joderle la marrana y contradecir sus postulados. En subida, di la espalda a la iglesia románica de “Sancto Iacobi Barbatelli”. El tiempo era una incógnita, el cielo se despertaba nublado pero sin dar la sensación de encontrarse dispuesto a arrojar agua, ni con, ni sin aparato eléctrico. Hacía frío... no, fresco más bien. Una bonita mañana para caminar que olía más a otoño invernal que a invierno primaveral. Además, el amanecer en Barbadelo venía con melodía incorporada: un trino multisonoro caóticamente orquestado por cientos… o miles, de pájaros. Cerca, lejos, mas arriba, desde las copas de los árboles, mas abajo, adelante, detrás; unos interrogando de un lado, otros respondiendo del otro, cada uno con su canto característico. Una melodía envolvente que conforme más consciente de ella iba siendo, con mayor énfasis la sentía. Parecía que me habían transportado a una pajarería o al planeta de los pájaros -¡Pero que escándalo tienen estos pájaros gallegos! Unos pasos delante de mí, un elegante petirrojo posó sus patitas en el suelo como si yo no existiera, dio tres saltitos, cantó un par de trinos con gesto refunfuñón, agachó la cabeza meneando el cuello, alcanzó algo con el pico, se lo acopló en el buche, se lanzó batiendo sus alitas y se encaramó a una rama, columpiándose satisfecho de tan temeraria travesura Sería de su propiedad y viviría tranquilo en su maravilloso reino petirrojo, al menos no la tendría hipotecada, ni le cobrarían millón y medio de las antiguas por metro de rama de castaño. -Cuidado con las rapaces y los gatos, capullo txantxangorri imprudente. -Le advertí con el pensamiento. Y es que, quién no tiene debilidad por los petirrojos. El Camino estaba precioso y vestido como a mi me gusta, a la vieja usanza. Ligeramente embarrado y empedrado, la hojarasca se desperdigada por el piso y el agua lo inundaba a medias. Llego a un punto donde está encharcado por la derecha pero por la izquierda se salva el asunto con un “pasodoiro”, un estrecho paso de contundentes losas de piedra en hilera en el que hay que agudizar el sentido del equilibrio que forman una acera dentro de la senda. Un camino dentro del camino...Y yo me dirijo adelante por ambos. Rara vez se te presenta esta posibilidad, la de elegir dos caminos a la vez, y no hay que dejarla escapar, sobre todo en un caso tan señalado. Un camino, dos, o dos en uno, pero no había visto a nadie hasta el momento, cosa que no dejaba de ser singular teniendo en cuenta que me encontraba en los últimos cien kilómetros del Camino francés. Nadie, nadie, y mira que era un buen lugar para salteadores que te acechan ocultos entre la maleza y te sorprenden para robarte el mendrugo de pan y el queso duro... ¡Vaya! Me había ido al Medievo sin darme cuenta,... desde luego el paraje estimulaba a ello... Pensé la de tropelías que se habrían cometido por esos lares. Barbadelo mismo tenía fama de ello: señores venidos de Santiago de viaje que caían simpáticos, adulaban a los peregrinos y una vez que habían mordido el anzuelo y depositaban plena confianza en ellos, les recomendaban los supuestos mejores alojamientos en la ciudad de Compostela, para que una vez llegados días mas tarde, las mujeres, compinchadas y mas aduladoras aún, les cobraban el hospedaje tres veces mas del costo real. Algo de eso había leído alguna vez. La famosa picaresca del Camino de Santiago. El sendero picaba hacia arriba, en agradable subida, y concentrado en mis pasos pisarlo daba gusto. Sobre barro, tierra, rocas, piedras, hojas secas de roble, agua desprendida que todo lo moja, mis botas se abrían paso sin impedimentos; a los lados lo cercaban a veces muretes de piedra desmoronados cubiertos de espeso musgo de intenso verde oscuro, a veces robles luciendo sus ramas desnudas con un manto de rojiza hojarasca a sus pies, formando un pasadizo natural que te llevaba a encontrarse bien con uno mismo…Y también con el Camino: Al fondo de la senda enmarcada por los verdes y oscuros muros, se alzaba el tronco de un firme y nudoso castaño de rugosa corteza, con una flecha amarilla pintada a media altura, que tapaba a medias una aldea en la que por encima de las casitas, resaltaba un hórreo; elpaso de un rebaño de vacas guiadas en la retaguardia por una señora uniformada con un delantal negro y tocada con un sombrero de paja que me saluda con un leve movimiento de cabeza completa la rústica estampa. Parece que todo encaja... En el mojón que marca el kilómetro cien se encuentran Juan y Yoli tirándose fotos,... los muy horteras. -Ya os saco una juntos, hombre... ¡CLicki! -Vale, ahora te sacamos una a ti, ponte… A ver, una sonrisa. Di patata… ¡CLicki! ¡Ejem! Pensándolo bien, lo de hortera era coña. Tiramos juntos a Ferreiros. Todos hemos tenido la brillante idea de salir sin desayunar, el hambre aprieta y es nuestra única esperanza de encontrar un lugar en el que resarcirse antes de Portomarín, que aún queda lejos. Juan desesperado, con las tripas rugiéndole, no podía creer que el Camino estuviera tan carente. En un alto encontramos un bar… cerrado. -A doscientos metros tenéis otro y ese suele estar abierto. -Nos tranquiliza un abuelo que andaba paseando justo en pleno desahogo blasfemador del ínclito Juan. -Menos mal, si esta cerrado me da algo, cojo el bastón y le doy en la cabeza al presidente de la Xunta, fíjate lo que te digo. No es posible un Camino tan desatendido en Galicia. -Relájate, que no me extrañaría que estuviera cerrado. Yo que tú me iba haciendo una idea para que no sea un disgusto muy gordo -Le comenté mientras nos acercábamos en bajada. -¡Abierto! ¡Mira, pone abierto! ¡Menos mal! -Hasta que no abras la puerta no me lo creo. -Me cago en todo… ¡Si lo tienen cerrado a cal y canto! Pero que huevos tienen estos gallegos -La retahíla de juramentos fue de las que crean escuela. A mi me fastidiaba, pero lo disimulaba y en parte me lo había temido. Febrero era temporada baja en el Camino. La pareja siguió la marcha en busca de algo que no encontrarían y yo me quedé a descansar mis pies por un buen rato. Todavía restaba una larga tirada hasta Portomarín. Comí las avellanas que me quedaban, con la compañía de un perrito, sentado en las escaleras que conducen al cementerio de Ferreiros pero sin ninguna intención de entrar en el sagrado recinto a perturbar el sueño de los muertos. Además en cualquier momento aparecería el dueño, que probablemente habría salido a hacer algún recado, a por algo que necesitara, sobre todo algo para atender a los peregrinos cascarrabias. Pero pasó el tiempo, no apareció nadie y continué la marcha. Unos kilómetros mas al oeste y mas tarde me paró un coche y la conductora me preguntó si venían peregrinos por detrás, que era la dueña del bar de Ferreiros, un pueblo en el que por lo visto antaño se arreglaban los calzados de los peregrinos y las cabalgaduras de los caballos y de ahí ese nombre relacionado con el hierro, para hacer un cálculo de lo que le esperaba. Hice un repaso mental de los peregrinos con los que había coincidido los días anteriores, me acordé de la pareja de Calatayud, si vas a Calatayud ¿que sería de ellos?... habrían terminado ayer en Sarria, seguro. -Si hubiera usted madrugado un poco mas señora, habría pillado a tres, y con mucha hambre y necesidad de café... Por lo menos vienen dos. -¡Jajaja!. Buen Camiño, peregrino. Y dale un beso al Santo de mi parte cuando llegues. Con el tramo de duro asfalto acudió el temido dolor de pies, pero esta vez de modo furibundo y extendiéndose a los tendones de Aquiles, definitivamente las botas me estaban pequeñas. Había mantenido la esperanza de que con las jornadas desaparecería la molestia pero era obvio que me acompañaría hasta Santiago de Compostela... si llegaba. Mis pies de nenaza eran mi “pietatis causa”. Rebasé una de las múltiples aldeas que salpicaban el itinerario del día. Un rebaño de viejas ovejas eran dirigidas por una parroquiana que les gritaba para que continuara adelante y sin desperdigarse en un gallego ininteligible. -¡AMOAAAAA! ¡ALATUKATAMAAAA! ¡MOAAAAA! ¡ALATUKATAMAAAA! ¡MOAAAAA!!!! ¡ALATUKATAMAAAA!...¡CARALLO! Llegué a un cruce, Portomarín se divisaba resplandeciente en la otra vertiente del valle, un grupo ordenado de casas blancas con refulgentes tejados plateados, destacando la mole cuadrada románica de San Nicolás en lo alto; debía encontrarme a una legua. Plantado en un lateral de una estribación que moría en el río Miño, se me mostraba desafiante, como esperándome. Lo tenía al alcance de mi mano pero no podía dar ni un paso más y paré derrotado, renunciando a su desafío. Tiré el bordón y la mochila al suelo y me senté descalzándome. El desanimo y los miedos se apoderaron de mí. Estaba cansado de luchar con mis pies y me tumbé en la cuneta utilizando la mochila de apoyo. No sé si llegué a dormirme, pero paso un buen rato. El aire se agitó y lo sentí como un aviso para continuar la marcha. No me había movido del Camino y comencé a dar pasos, primero uno y el mas costoso, luego otro, otro y otro. Las rampas pronunciadas un peregrino las puede bajar de tres maneras: la primera correteando como una cabra, la segunda más o menos normal y la tercera como una muñeca de famosa... Y yo elegí la última. Crucé el viaducto, el Miño llevaba caudal y no se veían ni las ruinas del viejo Portomarín, ni las del puente anegadas por la acción del embalse Belesar. Me habría gustado pisar ese puente, que no es el romano. El antiguo puente romano fue destrozado por orden de doña Urraca y después reparado por Pedro Peregrino, pero mas tarde desapareció prácticamente entero, excepto un arco, de una riada. Las ruinas que actualmente se encuentran en el fondo del Miño son las de un nuevo puente erigido en pleno siglo XX. Tras atravesar el largo viaducto me di de golpe contra lo que creí tratarse de una muralla. Pero no, eran unas empinadas y verticales escaleras de piedra: la escalinata de Portomarín. La escalé dificultosamente con ayuda del bordón y alcancé la Capilla de las Nieves. De repente me sentí como un conquistador. Me giré, tenía a mis pies el Miño, el viaducto, el invisible puente nuevo sumergido y,... también el viejo puente romano. Justo debajo de mí, dando cuerpo a la escalinata, se encontraba el único arco que pervivió a la ruina, un arco del Pons Minea, el viejo puente sobre el Miño. Y ahí se terminaba su desafío; y el desanimo y los miedos. Emulé a Gandalf en el puente de Kazad Dum y pegué un bordonazo contra el suelo. Solo me faltó exclamar... -Huid, insensatos. Ya me situaba en el inalcanzable Portomarín, un burgo con solera en el Camino. Cuando me contaron por primera vez su historia, pensé que estaban de coña y que me la querían meter doblada. -¿Como coño vas a coger un pueblo entero y moverlo de sitio?... ¿A lo bilbaino? entre cuatro y pillando una casa, cada uno por cada esquina, levantándola del suelo y sin ponerse rojo además, llevándola cuesta arriba hasta que libre el Miño y plantándola allí, mientras la señora hornea el pan en la cocina sin enterarse... -¡AHIVA,AHIVA,AHIVA! ¡Pom!... colocada. Pues evidentemente no, sino con un método algo mas delicado y laborioso: desmontando piedra a piedra y volviéndola a montar como hicieron con la peculiar y baluarte de la trasplantada población, iglesia románica de San Nicolás, en la que se pueden apreciar las piedras numeradas para guiarse y así volviera a encajar el puzle en un nuevo asentamiento. Menudo rompecabezas y menudo trabajo, como para volverse mico. La iglesia desde luego lo merece, es original, no he visto nada parecido y me gusta su forma cúbica coronada de almenas y el pedazo de rosetón enmarcado en toda su frente como un ojo de cíclope. Ciertamente esto no ocurrió con todo el pueblo y lo de jugar al rompecabezas creo que solo lo aplicaron a San Nicolás, a algún pedazo de la también iglesia románica de San Pedro y el arco del puente románico que sustenta la escalinata que te encarama a la Capilla de las Nieves. El resto lo hicieron nuevo a mediados del siglo pasado. Pero no deja de ser llamativo lo de este pueblo cambiado de sitio. Por lo demás Portomarín esta cerrado, vacío y triste, esperando la llegada de la primavera para abrir sus puertas. Lo recorro de abajo arriba hasta San Pedro y solo veo un bar abierto donde, sentado a una mesa, me como un bocadillo de queso que acompaño con sidra... Un parroquiano y el camarero hablan entre ellos. Presto atención, pero aunque de vez en cuando me echan una sonrisa cómplice a continuación de lo que intuyo algún comentario jocoso, no les entiendo una sola palabra. -Oye ¿como es que al hombre del tiempo en la televisión le entiendo perfectamente todo, dice que a partir de mañana no va a parar de llover, y a vosotros no os pillo ni una? ¿No habláis el mismo gallego? -¡Ésus nu saben hablar galegu, homme! -Me contesta cantando el camarero. -¡Ah! Pues vale. Descanso tanto que me aburro; ojeo un libro que me ha dejado el camarero sobre la historia de Portomarín. “Capitulo V: La presencia de Almanzor en Portomarín”. Me intereso y empiezo a leer con atención, se va liando tanto el asunto tanto que no me he terminado de enterar del todo, pero entiendo que la presencia de Almanzor en el burgo brilla por su ausencia. Eso sí, una posible subtropa si que pudo pasar una noche de borrachera en algún lugar cercano pero en una ubicación indefinida. Me levanto, es hora de partir. Pero antes quise echar un vistazo a la mole cuadrada de piedra también llamada San Xoan, quien sabe si la volvería a ver. Yendo a su encuentro, coincidí con la pareja de Oviedo. Juan se encontraba pletórico, después de comer y una pequeña cabezadita, y me contó sus brillantes planes, -A Gonzar hay cinco kilómetros, en una hora escasa nos ponemos allí, de Gonzar a Ligonde cuatro kilómetros mas y hasta Eirexe otros dos, donde hay albergue abierto. Me lo quedé mirando a ver que onda, si estaba de broma, si hablaba en serio, o si tenía fiebre.... De repente caí en la cuenta, todo encajaba: el carácter, los prejuicios y los kilómetros. Me encontraba, nada más y nada menos, que con Aymeric Picaud reencarnado, el irascible viejo monje francés que escribió la primera guía del Camino. Tenía que ser el, y había vuelto a la tierra para crear un nuevo y mas perfeccionado “Codex Calixtinus” -Según la idea que llevo yo, a Gonzar quedan unos ocho kilómetros y los primeros en bastante subida, y hasta Eirexe tienes otros nueve, total diez y siete kilómetros. Y teniendo en cuenta que son las cuatro de la tarde: chungo pastel. -Bueno, ya veremos, pero me han dicho que a Gonzar hay cinco y una vez allí nos lo volvemos a plantear.-Y siguieron su Camino. La plaza estaba vacía y le saqué una foto a la portada con su rosetón. Bajé todo recto cuesta abajo. En el viaducto dos peregrinos cruzaban con aire cansino, girando y dando la espalda a Portomarín sin subir al pueblo, y enfilaban camino adelante. Uno de ellos agitó los brazos saludándome, ¡hombre! eran la pareja de Calatayud, si vas a Calatayud. -¡Voy! Los alcancé después de atravesar la pasarela, en la que me paré a contemplar las enturbiadas y removidas aguas del Miño. Habían dormido en Sarria, comido en Ferreiros, donde la conductora que me encargó un beso al Santo una vez llegado a Santiago, y ahora les había dado pereza subir a Portomarín. -Como ya lo tenemos visto. Charlamos en las primeras rampas, el iba bastante cascado, cojeando, pero como su guía decía que Gonzar distaba cinco kilómetros de Portomarín habían decidido seguir sin prisa. Los fui dejando atrás, haciendo la goma al principio, pero iban muy lentos y yo me encontraba pletórico y terminaron rezagándose. No importaba, cada uno debe llevar su ritmo, y además me apetecía caminar solo, conmigo mismo y mi mecanismo. La tarde ejerce un verdadero milagro en mis pies y parecen distintos a los de la mañana, se renuevan. Caminé ligero ascendiendo continuamente; tenía la idea de que el tramo era duro, pero yo sin dolor de pies me deslizaba casi flotando y me ventilé el andadero, hasta que reventé en una especie de triste y frío merendero, con una fuente de agua ferrosa, y paré a descansar, a descalzarme, y de paso a esperar nuevamente a la pareja de Calatayud, si vas a Calatayud, y hacerles compañía hasta el final. Pasó el tiempo y no aparecían... No me había movido del Camino, volví a ponerme en marcha, a los escasos pasos alcancé un alto y, tenía Gonzar delante de mis narices. Me dio algo de reparo llegar tan pronto, pues el único bar se encontraba cerrado y el pueblo no tenía nada. No habría opción ni de darse a la bebida el resto de la tarde ni de cenar caliente, y tendría que papearme las infames barritas energéticas de sabor a plátano y unas avellanas de postre. Mira que estuve a punto de coger alguna provisión en Portomarín. El albergue en cambio era de auténtico lujo y estaba nuevecito,... allí se encontraban Yoli y,... Americ Picaud,... ya acoplados y duchados. -¿Eran cinco o eran ocho? -Ni me hables. Yoli, solícita, me enseñó la casa. Aquello era una maravilla. En el segundo piso el dormitorio era un amplia sala con colchones nuevos, mantas y calefacción encendida, con un pequeño baño incorporado, a mano para no tener que bajar la escaleras a la noche. Elegí la litera al lado de la puerta con calefección a los pies, colocando la mochila contra ella. El techo era un bóveda de contundentes troncos de madera barnizada. Abajo, en la primera planta, las duchas, hommes y mulleres, estaban nuevas, limpias y con suelo azul eléctrico antideslizante. En los pasillos placas para secar la ropa emanando un rico calorcito. Completaban las lujosas dependencias una salita comedor con revistas de cotilleos en los estantes, con acceso porche adjunto para tirarse, igual a tumbarse, a la Bartola en verano, y la cocina, de vitrocerámica y completa de cachivaches culinarios. Curioseando, abrí un armario, y allí estaba: el regalo del día, una botella de vino medio llena. Envíe besos imaginarios dirigidos hacía Mélide y Arzúa, “estos peregrinos son la reoca”. Saqué dos vasos, Aymeric no bebía, y Yoli y yo brindamos por los peregrinos que habían dejado ese preciado tesoro para nosotros.... “¡Hmmmm! Insuperable”. … -¡Me cago en los cinco kilómetros a Gonzar! La pareja de Calatayud, si vas a Calatayud, había llegado. Desmoronándose el en la primera silla que pilló a mano, risueña ella, y comentando que habían hablado con la señora encargada del cuidado del albergue, que además era la propietaria del bar cerrado y que podíamos pasar luego por su casa y nos haría unos bocadillos de tortilla. -Ya me jode por las barritas energéticas de sabor a plátano. -¿Tortillas de que tiene? -Preguntó Aymeric interesado. -¡Hay! Pues no sé chico, de lo que quieras supongo. Los dos mozos se quedaron descansando en el albergue y las dos mujeres y yo fuimos a la casa, que se encontraba a unos pasos. -Pasad, pasad y sentaros que tenemos el fuego encendido -Nos invitó muy amable el hombre entrado en años. Era una cocina enorme y a la antigua usanza, de las de antes y fue grato sentarse allí al calor de la cocina económica. Nos sentamos a una mesa rectangular enorme de piedra que presidía la estancia. Era un matrimonio mayor. El, el típico ganadero gallego con cara de haber trabajado duro durante toda su vida desde bien pequeño, iba vestido de faena, aún le colgaban briznas de paja en la ropa y tenía un trozo de estiércol en el hombro, sus ojos transmitían un cansancio infinitamente paciente. Y ella, la señora, enfundada en un delantal de cuadros, insignia gallega, aparentemente tranquila pero derrochando actividad experta, manejaba la sartén y cortaba el pan con destreza de artesana. Fue una situación donde se manifestaba descarnadamente el contraste entre dos modos de vida en el mismo Camino de Santiago. Una casi extinguida y desconocida,... de antaño, inexistente e irreal para la mayoría, y la otra el peregrinaje de paso de sujetos relativamente acomodados que pretenden creerse peregrinos pero sin otro afán que caminar por placer, y van fijándose en el paisanaje y en sus gentes para recordarlo posteriormente de manera simpáticamente anecdótica. Mis dos acompañantes, además quisieron hacer algo de compra y el señor nos llevó al almacén, donde literalmente lo volvieron mico: ponme unos sobrecitos de nescafé descafeinado; ese no, ese es cafeinado; y ponnos también unos azucarillos, ¿bollos tienes?.. Para el desayuno nos vendrán muy bien; ¡ay! que se me ha olvidado, media barra de pan aparte de los bocadillos; y no sé si no coger un poco de queso que es muy rico el de aquí; ¡ah! y leche, un litro de leche. -La leche tendrá que ser de vaca, la tendréis que hervir y tendré que ir a por ella a la lechería. -¿Le puedo acompañar? La cuadra era una nave enorme envuelta en un intenso olor a animal caliente mezclado con estiércol humeante, con dos inquietantes hileras de vacas lecheras blanquinegras, cada una amarrada en su comedero, alguna mugía larga y lánguidamente,... dos largas filas de cabezotas cornudas que exhalaban un vaho consistente. La situación me transportó vivamente a mi infancia, cuando iba, en Espinal, a la lechería con mi abuela. Tanta vaca junta siempre me daba cierto respeto y recordé la ocasión en que me asusté al quedarme solo al fondo y corrí llorando a la puerta entre aquellos extraños e inquietantes bichos descomunales, de morro moqueante, boca babeante, lengua carnosa y mirada impasible. El hombre cogió con un cazo la leche de una especie de cisterna y me la pasó en un kaiku metálico. -Gracias. Tras la cena de hermandad en el comedor del albergue, subimos todos juntos, igual que una familia bien avenida, a nuestros aposentos. Al fondo, Yoli se arreglaba los pies, Aymeric despotricaba por algo indeterminado, Azu, de cuclillas leía una revista de cotilleos en las alturas de una litera superior, y Fede escuchaba la radio a todo volumen. En esta ocasión el asunto era político y los contertulios radiofónicos se ensañaban con un tal Pedro J. Ramírez y con otro tal Jiménez Losantos. Yo descansaba boca arriba con las manos en la nuca, cubriendo el lateral de la litera con mi pareo floreado… Pasaron los minutos y todos se fueron recostando por el cansancio y el sueño, la radio seguía en marcha, pero esta vez era cuestión de tiempo. -¿Que? ¿Apagamos luces y radios? Desde luego, este Aymeric al final iba a resultar un tipo encantador y todo. -¡Click!... zzzzzzzz
Posted by Bolitx
in 02 Camino Francés, invierno 2007
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22:06
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