Infinitamente más bonito que el que trazado que obedece el Camino establecido para los peregrinos, con la única pega de no pasar por Itziar, lo considero más recomendable, muy recomendable, muy pero que muy recomendable; recomendabilísimo. Vamos que si no vais por ahí es como para daros una colleja. Y veréis porque…
Simplemente contando mi último paso por estos lares será suficiente; y apropiado. Pues nada mejor que la propia experiencia. Es así que es como más cercano, mas de tú a tú; es decir, la mejor manera de lograr esa conexión tan yo hacía ti y tú de mí. O sea como si yo te envío y tú me recibes, y entonces tu devuelves lo recogido, y yo percibo dentro de un efecto rebote lo que emanas hacía mi empáticamente, y simpáticamente, claro. Muy parecido a la ley de Newton de las fuerzas; es decir, si B recibe una fuerza de A, B responde con una fuerza equivalente a la de A... Para que no le toque sus partes supongo, aunque eso ya es profundizar mucho en un intríngulis que se complica conforme se interioriza… En fin, ¡que me estáis liando coño!
Mediodía del viernes. Salgo del curro más quemado que la pipa de un indio arapahoe pacifista, y me digo con mucho coraje y rebeldía sin causa, “esto hay que remediarlo con un buen anti estrés”. Así que me pillo la mochi y me piro 30 días al Camino... ¡Oh pero! que no me había dado cuenta, que no tengo 30 días, ¡ejem, ejem!, que tengo tres horas...
Encima llevo el día vago y me digo, me voy a Deba pero por mar... Que pasa, a ver si un peregrino no va a poder ser además un marino; mira los ingleses que no tenían más remedio que pillar un barco para todo y fíjate si son pilgrims, que hasta existe un ramal que va a Santiago llamado Camino inglés. Así que embarco en mi velero bergantín, me visto de pirata cojo con cara de malo y parche en el ojo, y con cien gaviotas adonde coña irán siempre volando de un lado para otro, levo anclas, desplego la mayor, ordagueo a la pequeña, rompo un par de arbotantes, y apunto la proa a mar abierto impulsado de un barlovento que me hace cosquillas en las pestañas ¡Por dos! que gustirrinín, una camisa un pantalón vaquero, tutuwa.
Pero el mar se encuentra pelín cabreadín, revueltillo, de leve marejadilla y como no tengo ganas de balançé, oh balançé, balançé, opto por achantar el mirlo, volver a tierra e ir como San Fernando...
Viniendo de Askizu atravieso el precioso, encantador, acogedor y hospitalario pueblo de Zumaia cruzando un puente de color granate sobre el río Urola, tirando paralelo por la campa y pegadito a la ría, llegando a otro pequeño puente jorobado con una flecha amarilla en su farol derecho, cruzándolo... Y aquí y pregunto por la playa de Itzurun y la ermita de San Telmo, “Oiga, por favor ¿Cómo voy a la ermita de San Telmo?”. Escucho bien, asiento, asimilo, continúo y… pregunto nuevamente porque no me he aclarado. Escucho otra vez, vuelvo a sentir pero ahora con mayor convencimiento y subo una cuesta por la calle "Larretxo". Cuando estoy en lo más alto de ella giro a mi izquierda y después a la derecha, también en subida, y me sitúo en dicha ermita. Es fácil.
La ermita de San Telmo se encuentra en el comienzo de un acantilado, prácticamente haciendo equilibrios al borde del abismo y con el mar a sus pies, que penetra recto al mar y que será nuestro pasadizo inicial a una travesía que mantiene su encanto durante todo el periplo.
Lo recorremos por su cresta, con cuidado de no caernos al océano, para abandonarlo cerca de su punta descendiendo por su estribación contraria al mar y cruzando a la ladera adyacente propiedad de un monte redondo. No hay pérdida, debemos seguir sin perderlas de vista, las marcas comanches blancas y rojas con las que se identifican los senderos de gran recorrido.
El pueblo y la ermita quedan atrás; San Telmo es el patrón de los pescadores de Zumaia, pueblo en el que se celebran fiestas en su honor. Igual que en Frómista, Camino Francés, y que en Tui, Camino Portugués. Curiosamente los tres forman parte de algún Camino de Santiago y los tres están hermanados, quedando fuertemente unidos por dos grandes Santos.
La senda se pliega con el mar como guía, frontera y límite, para al cabo de una milla aproximadamente, contando desde San Telmo, abandonarlo de momento e introducirse, mediante un bucólico valle verde, tierra adentro. Que nos hará desembocar, y durante otra milla, en el Camino de Santiago señalizado. Será hasta Elorriaga, un barrio exterior provisto, entre otras cosas, de un encantador merendero con vistas al Cantábrico y de un albergue parroquial de donativo de... una plaza.
Nos plantamos frente a una encrucijada situada a la entrada de la aldea y nos inclinamos, despreciando la flecha amarilla, por la dirección que marca Itziar y Deba con la marca blanca y roja en el panel de madera. Pisamos una senda de tierra que se va reduciendo a un estrecho senderito, que nos devuelve al mar y cuyo borde despejado aprovechamos para hacer una pausa, comer una barrita energética de sabor a plátano e introduciros en un íntimo ejercicio de meditación.
En este recorrido que abarca la cornisa desde Zumaia a Deba es posible que se alargue la rasa mareal más imponente de toda la costa cantábrica. La tierra termina de golpe cortada por los acantilados de flisch, considerados casi como libros de historia de la tierra que constituyen un escenario obligado para geólogos provenientes de todo el mundo, que se afanan en estudiarlos y han encontrado en ellos, leyendo en sus hojas petrificadas, la explicación más fiable sobre la extinción de los dinosaurios.
Bajo estos peculiares acantilados se extiende una llanura de rocas, pozas y brancadas de una riqueza natural y marina digna de documental de comandante Cousteau, y que con la marea alta permanece sumergida en el mar como fondo marino y en la que, en el momento de bajamar en mareas vivas, uno puede caminar recto hacia el mar cientos de metros. Un litoral repleto de calas semiocultas, de covachas secretas que en el pasado fueron hervideros de contrabandistas, de fondeaderos de galeones y en el que se llegaron incluso a protagonizar tropelías de piratas. Rocas, playas, brancadas, algas, sargos, lubinas, cabrarrocas, sepias, pulpos, crustáceos... son habitantes habituales de este ecosistema que ya quieren convertir en biotopo.
Hemos terminado la barrita energética de sabor a plátano, y con el mar a nuestra derecha, llegamos a un caserío viejo y grande llamado Arantzazpikoa. Y mucha atención aquí. Rodeamos el caserío por su lateral, sin continuar la ancha pista que nos invita a dejarnos llevar por ella y que se que se encuentra cerrada con una portela, sino girando a la derecha trazando un ángulo recto que copia los muros del viejo caserío, y dirigiéndonos directamente y apuntando recto en leve descenso hacia otro caserío derruido que se encuentra casi colgando sobre el mar. Hay que pasar entre un viejo neumático y un perrito que nos sale al paso meneando la cola a saludarnos. A unos veinte metros divisamos una marca blanca y roja que nos confirmara que nuestra maniobra ha sido correcta y oportuna.
Nos adentramos en un terreno boscoso de arbustos y helechales que se va convirtiendo en un bosque de sospechosos pinos autóctonos no exento de cierto encanto, por su vago recuerdo que inspira al bosque de Oma. Desembocamos en Sakoneta, con el flisch a mano, allí se nos obsequia con la licencia de poder arrimarnos al Cantábrico hasta el punto de tocar sus aguas con los dedos, e incluso, los mas intrépidos, de darse un chapuzón en su orilla.
Cruzamos dos pasos de madera y trepamos por la ladera como las cabras, trabajando los riñones y tensando los músculos de las piernas; el paisaje, salpicado de caballos de largas y rubias crines y de ponis tricolores que pastan mansamente en el bucólico entorno de jugosas praderas adosadas al mar, recuerda a las costas de Escocia. El punto más alto de la escalada es además la atalaya idónea para disfrutar, tras recuperar resuello, de una espléndida panorámica de toda la línea de costa que se extiende desde San Sebastián hasta las hostiles tierras vizcaínas.
Mediante sube-bajas continuos y siempre con el mar al lado, nos encaminamos hacia Deba en el decorado de un paisaje eminentemente verde, aderezado de bosquecillos, valles, pastos y praderas. El camino se acerca a una vía de tren de la línea que cubre el trayecto Bilbao-San Sebastián; y durante un tramo caminamos en paralelo a ella, pero finalmente la salvamos sin vernos obligados a cruzarla, de mano de un montecillo que esconde el túnel que lo atraviesa algo mas adelante. Una vez rebasado el escollo, nos tropezamos con otro túnel, pero este se encuentra abandonado, un ramal inactivo, que parece la boca del lobo, y nos introducimos en el a tientas, hundiéndonos en la tinieblas. Serán unos doscientos metros deslizándonos por una oscuridad fresca en la que caen gotas de agua; tanteando con el bastón un suelo sin obstáculos de ningún tipo.
A su término deberemos cruzar dos cortos túneles más y llaneamos a media altura por una balconada sobre el mar, con pequeñas calas a estribor y laderas de espesa vegetación a babor. Hasta que nos damos de bruces con una depuradora que rodearemos dejándola a nuestra izquierda y sin cruzar la vía de tren, que en esta ocasión vuelve a tratase de la línea activa.
Acometemos un repecho escarpado que nos obligara a esforzarnos, pero que prontamente nos situará en la carretera de la costa. Por su arcén, damos una decena de pasos en sentido contrario a Deba, como si retrocediéramos a Itziar, y divisamos en el margen opuesto de la calzada asfaltada un senderito que se abre paso entre la vegetación, y se interna, según asciende, por helechales y terrenos boscosos. Es un monte en cuya cima se ubica la ermita de Santa Catalina. Allí no extasiamos una vez mas con un paisaje y unas vistas de las que nunca se harta uno. Cuando nuestros ojos apuntan hacia el interior en el barrido de circunferencia completa, comprueban que a una treintena de metros se halla un poste señalizador. Y allí nos dirigimos para seguir la indicación que marca la dirección a Deba; por un camino sin pérdida, pero con tramos de pendientes en descenso realmente bruscos, y peligrosos con terreno mojado. Mucha atención; con Deba ya a nuestro alcance no es cuestión de romperse en un momento en que saboreamos la meta.
Terminamos tan maravillosa caminata deleitándonos con una espumosa cerveza, con la playa de Deba a nuestros pies y… con el mar como fondo de escena. Y es un deleite bastante completo, por cierto.
Además de los paisajes los animales nos harán compañía. Ojo, digo que nos harán compañía, no que sean de compañía. Por ejemplo...
... y las flores como no, que nos ha jodido mayo con sus flores.
Que mejor que terminar con una flor de acantilado...