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06 El palacio del rey y la castaña Ezequiel.Saturday, November 24. 2007
... Era noche cerrada cuando salí de Gonzar. Intuí un mojón a la entrada de la senda jacobea y me aventuré por ella casi a tientas. Los pájaros trinaban, el misterioso cucú de un cuco resaltaba por encima del coro, a modo de pregunta que yo intentaba interpretar… ¿a donde vas?. Otro le respondía en la lejanía: cucúuuuu,... ¡está loco! -¡Cucúuuuu, cucúuuu!
Les quise imitar y acompañarles en su juego del escondite; que desastre, no valdría para tender una emboscada a ningún peregrino francés como describía Aymeric Picaud, en su vida anterior antes de reencarnarse en Juan. Además de haberlo habido, iría ya por delante, por lo menos por Ligonde. Enfilando recto un tramo de camino escoltado de árboles de naturaleza autóctona sospechosa comenzaba a clarear. El cielo se presentaba de traje gris y, el aire fresco, suave, se mecía mas que soplaba, a favor. Debí pasar por Castromaior y Hospital de la Cruz pero no me enteré, estaba todavía medio dormido. Caminaba con tal sensación de sopor que estuve a punto de parar y tirarme a dormir en la cuneta. Fue curioso, como un sortilegio, pues mis piernas hacían lo que debían, pero mi cabeza se inclinaba hacía el país de las sábanas blancas o, mas apropiado en este caso, del saco momia que había abandonado hace nada. Incluso hacía tramos andando con los ojos cerrados. Necesitaba cafeína. No había podido evitar la tentación de tomarme un vaso de leche fría ordeñada la víspera por el granjero de Gonzar, pero el café tendría que esperar. La pareja de Calatayud, si vas a Calatayud y, el Aymeric actual y Yoli, se habían entretenido desayunando con contundencia en la cocina del albergue y yo preferí marchar casi en ayunas y abandonar el nido transitorio, después de dejar, eso si, un generoso donativo y una botella de vino medio vacía dentro de un armario, que también habíamos incluido en la compra de ayer. Me llevé un chasco importante en Ventas de Narón donde se presentaba un chiringuito con buena planta, pero cerrado a cal y canto: Cerrado, closed, Itxita, fermer... ¡Coño! Encima, a la salida, vi, es que lo estaba viendo, como el Camino se pegaba el quiebro más estúpido y el rodeo mas absurdo de toda la ruta jacobea desde que sales de Roncesvalles, y yo en vez de atajarlo por lo sano cruzando la carretera... me lo tragué enterito como un pardillo. Ya en Ligonde, el primero cerrado, uno que estaba antes de llegar al núcleo de casas, y en el segundo, me sugerían que llamara al timbre de la puerta verde. -¡Ding-dong! … Nada… Creo que estaba un poco de mal humor, pero se me pasaría con el pedazo de desayuno y almuerzo, todo a la vez y en uno, que me iba a meter entre pecho y espalda en cuanto me colara en algo abierto. En Airexe lo encontré y me dirigí a él igual de derecho que un beduino y su camello encarrilarían a un oasis tras atravesar el desierto del Sahara haciendo eslalon. -Muy buenos días ¿Puede ser un bocadillo grande de tortilla de jamón, una copa de vino blanco doble, un café con leche, grande también, acompañado de un par de bollos de esos que tiene ahí y un café solo por favor? -Si que vienes fuerte... Enseguida viene la señora y te atiende. Fue un desayuno en el Camino memorable, de los que recordaré siempre. Sentado al fuego de la chimenea, abrumadoramente agasajado por la señora de la casa, que derrochaba atenciones y me sorprendió además con una sopa de entrante con la que se me saltaron la lágrimas. -Ten cuidado, no se te enfríen los pies, ya echo un par de troncos mas, no vaya a apagarse Mientras me terminaba el café, el señor, la señora y la hija del bar conversaban con un parroquiano en modo bilingüe, uno hablaba en gallego y los otros le respondían en castellano, y yo me uní a ellos; y también se arrimaron a la tertulia en el último momento Aymeric y Yoli que entraron a tomar un café. Los miembros de la familia a cargo de aquella entrañable tasca hablaron de su vida, y del Camino desde el punto de vista del que vive a diario en sus bordes. Y fue muy interesante, un repaso a la historia del peregrinaje desde los tiempos en que pasaban nueve locos en todo el año, hasta el auge de lo últimos tiempos, donde llagaban a pasar ochocientos, incluso mas. Ahora en invierno estaban tranquilos, preparándose para lo que se avecinaba con la llegada de la cercana primavera y los días de semana santa. Aparte del bar, además ofrecían servicio de camas,... y con todo ello también una buena cantidad de anécdotas con los peregrinos. Me dio la sensación que sentían cierta dualidad contradictoria al respecto, por un lado les dábamos sustento y prosperidad, pero por otro lado se encontraban un poco hartos con una avalancha más bien exigente a la hora de solicitar un trato sustituto y prostituto de la hospitalidad de antaño. Me contaron el caso de una pareja que conducía una furgoneta de apoyo para un grupo de peregrinos, transportando las mochilas. La pareja se alojó en las habitaciones que regentaban ellos, pero además, con bastante cara, pidieron la llave del albergue al responsable, y cogieron todas las mochilas que transportaban y las colocaron cada una en una litera para que quedaran ocupadas. Cuando llegaron los primeros peregrinos caminando exhaustos, al darse cuenta de la situación y de aquella ocupación deshonesta las tiraron todas por la ventana. Se montó una trifulca tan sonada que tuvo que aparecer la Benemérita a restablecer el orden. -Eso, este mismo verano pasado. -¡Yo los saco a bastonazos! -Bramó Aymeric, mientras se levantaba para continuar la marcha. Continué escuchando historias, me tapé con esparadrapo los tendones de Aquiles, pues ya era un dolor habitual debido a las inoportunas ampollas que me habían salido en esa zona. El resto de los pies los tenía inmaculados, por eso era una verdadera mala suerte que me dolieran tanto. Definitivamente era el calzado, las botas me quedaban demasiado justas. Por fin, me despedí de los posaderos agradecido y prometiéndoles volver con compañía, y con algo de pereza salí del bar a reanudar el asunto: perseguir la marcha del sol, un sol tan tímido que jamás llegaba a mostrarse en esas tierras de cielos eternamente nublados. Al cerrar la puerta, en un cartel, vi que se ofrecía un número de teléfono de taxi para transportar mochilas. Ya estaba en el Camino, y tire andando en subida, con estilo, ese estilo característico e indispensable que te proporciona el abrazo y el peso de la mochila y que a mi me sienta mejor que el traje de Hugo Boss que me llevo puesto a todas las bodas. Mi mochila, en parte, es mi casa y la llevo a cuestas como las tortugas,... que por cierto, dicen que conocen lo que se cuece en los caminos mejor que las liebres. Yo, por el tamaño, era mas bien un galápago -Y tirando a empanado, pues muchas veces no me entero de la misa la media –Comencé a hablar solo. Y a reírme de buena gana. La mención a la misa me había hecho recordar las misas de pequeño con mis hermanos. Nunca llegábamos al final por culpa de los ataques de risa que nos daban y teníamos que salir afuera después de montar el número de rigor. En una ocasión, comulgando, le tendieron a un amigo que iba el primero en la fila el platito con la función de recoger la hostia en caso de caerse al servirla, y el desconcertado, sin sospechar su práctica utilidad, cogió y le propinó un beso con inmensa devoción como si de una santa reliquia se tratara. El cura oficiante se quedó atónito ante tal gesto de fervor mientras el resto de la panda aguantábamos a duras penas la risa... Otra circunstancia fue especialmente hilarante: entraban en solemne procesión de semana santa, cuando uno de mis hermanos vio al que venía en cabeza, susurró espontáneamente y con total naturalidad. -¡Mira, tan mayor y monaguillo!. El ataque de risa incontrolable que nos sobrevino, ante la indignación del resto de los feligreses, fue antológico. Tuvimos que salir precipitadamente sin podernos reprimir las carcajadas. Después se convirtió en una frase lapidaria familiar. Caminar en soledad a veces incitaba a rememorar pasajes entrañables y gratas anécdotas vividas. Definitivamente tenía los pies chafados, hoy haría jornada de descanso y finalizaría la caminata del día en Palas de Rei. Pero para eso habría que llegar primero, y ahora debía ir con tiento, ser cauteloso y llevar el bordón presto. Leí una vez que por estos lares existió una guarida de bandoleros, y quien sabía si todavía no quedaba alguno en activo. Entre tanta aldea desperdigada y sin recursos, Palas de Rei se vaticinaba equivalente a la, al parecer pero sin demostrar, proveniencia de su nombre, un palacio real, ideal para el descanso y el deleite del pobre peregrino. Lo atravesé sin miramientos hasta que arribé a un café ubicado en el mismo recorrido del Camino, allí se encontraba el mismo señor que hace seis años, pero cuando se lo comenté esperanzado, el no dio muestras de reconocerme. Pedí un cafecito, después del inolvidable desayuno en Airexe; término que por lo visto viene de iglesia, "Airexe", "iglesia",... es obvio que guardan mucha similitud fonética; tanto como "pan" y "supercalifragilisticoespialidoso"; todavía no me apetecía nada sólido. En la mesa de al lado, un chico joven y con buena apariencia me preguntó que tal iba el Camino, que el estaba interesado en hacerlo. Iniciamos así una conversación y hablamos de temas diversos. Pero sobre todo el me mostró una historia de Palas de Rei, no una leyenda medieval, ni un sucedido milagroso, esotérico o telúrico típico del Camino, sino una historia real, actual y sin florituras, descarnada, de la vida, de su vida: su historia. A veces ocurre, que con un desconocido resulta mas sencillo abrirse, confiarle sus obsesiones y sus miedos, expresar sentimientos íntimos y personales, y en está ocasión fui yo el elegido. Un peregrino de paso, al que jamás volvería a ver. Me explicó como desde que se emborrachó por primera vez a los catorce años, no dejó de volver a caer en la tentación una y otra vez. Como su vida había sido una borrachera continúa, como pasó de borracho conocido a alcohólico anónimo. Además el alcohol trajo consigo todo lo demás, las drogas mas duras, y por culpa de estas, arruinó a su familia, perdió a sus amigos, casi mató a un vecino en un desafortunado accidente de coche en el que no sabía como se quedó dormido al volante, hechos de los que aun estaba a la espera de juicio. Y también me contó como le ingresaron en un centro psiquiátrico del que se escapó varias veces. Me aseguró que las drogas habían pasado a la historia, pero el alcohol era otra cosa. Le habían dado otro ultimátum para conseguirlo, o lo volverían a ingresar en un centro. Se mostraba esperanzado, llevaba una semana desde la última monumental borrachera, pero sus ojos miraban como si no las tuviera todas consigo. Su obsesión lo tenía encerrado, arruinado y descoronado, el rey tendría que salir de su palacio de fastos jaraneros convertido en mazmorra de evasión alcohólica para enfrentarse a la cruda realidad con plena lucidez. Ahora tenía una novia, pero con dos hijos que no eran suyos y el quería sentar la cabeza y tener los suyos propios, un tema preocupante. Compartí por unos momentos aquella truculenta vida de perdición, tratando con alguien acabado, que quiere salir del agujero y ser rey a su manera, y presa de la desesperación no puede, no logra encontrar su oportunidad. Yo lo escuché todo, pero no supe darle consejos, y sin mucho convencimiento le animé a que hiciera el Camino, que le iría bien y que a lo mejor conocía una canadiense que estuviera como un tren y tendría entonces que hacer las maletas e irse a Canadá a vivir. El se río con ganas y sus ojos, por un momento, brillaron despreocupados. -Solo me faltaba eso. Nos despedimos, en el Camino uno siempre se está despidiendo de todo, y yo ya había tenido suficiente. Palas de Rei me había ofrecido más de lo que podía imaginar y ya no pintaba nada allí. Me largaba. Después de este encuentro, que importaba si me reventaban los pies, necesitaba caminar. Al fin de al cabo tenía una cita con el Camino y por eso estaba allí. -¡Vamos allá! En esta vida hay que luchar. Mientras a cada paso golpeaba con ímpetu el bordón contra el suelo, deseé lo improbable; que al chico le fuera todo bien, que dejara el vicio para siempre, que encontrara la felicidad, que recuperara sus amigos y su familia, que se hiciera rico y prosperara, que se convirtiera en un ejemplo a seguir, que se casara con una guapa gallega y tuviera un par de retoños bien majos, que triunfara en la vida y que fuera rey en su palacio. Y si todo ello no era posible, al menos que el fin del mundo le pillara bailando. … Cuando volví de un enmimismamiento distraído, me deslizaba por una corredoira, acercándome a Leboreiro, con una canción de Julieta Venegas, enredada entre los labios. "Tengo una cita pendiente con mi soledad, para ver quien soy cuando nadie esta mirando. Tengo una cita pendiente con la mujer que soy, no la que fui hace tanto, ni la que ven los demás. Tengo una cita con tu recuerdo para ver que queda aun de ti. Mejor me voy a donde sea, que haya una sonrisa que me crea, y una mano acariciándome las venas."... Y allí estaba, pero que preciosidad, mi pequeño puente sobre el río Seco... -Un descansito mientras me fumo un purito… De puente a puente y tiro por que me lleva la corriente, entretanto caminaba lento, volaron al ritmo de mis pasos, y entremezclándose con mis pensamientos, corredoiras, pozas al borde del Camino, tramos encharcados, robles, casas de piedras, paisanos que saludaban amables, cuestas arriba, rampas abajo, ríos, rebaños de vacas, pastores, espantapájaros, cabeceiros, horreos, pájaros cantarines... y ámbares y ébanos, y marfiles y corales, y perfumes voluptuosos de toda clase... y ya me encontraba descansando nuevamente en el paso medieval de Furelos. Sus aguas se presentan quietas y oscuras,... pero transparentes. -¡Mira, una trucha! ¡Otra ahí! ¡Y otra! Aymeric, el de antes de reencarnarse, el del siglo XII, seguro que alguna pescó en sus tiempos, cuando no estaba todo vedado. -No estaría mal pescar unas buenas truchas desde este puente para luego cocinarlas a la lumbre de unas brasas de ramas autóctonas de verdad. Apuesto a que entonces no había tanto eucalipto y tanto pino, los robledales serían inmensos, y no como ahora, que se encuentran mal plantados, solamente al borde del Camino para hacerlo bonito. Y los castaños, estaría todo a reventar de preciosos castaños. Se decía que una ardilla podía cruzar la península de cabo a rabo saltando de árbol en árbol, ahora ni en avión y haciendo un par de trasbordos. A lo que iba, esas truchas con un poco de vino turbio… que hambre me esta entrando pensando en comida. Por cierto ¿donde andarían los de Calatayud, si vas a Calatayud? El Aymeric de ahora ya estará por Arzua como mínimo. Y hablando de Aymeric, tengo que andar prudente, que por aquí se te meten las hospederas en la cama y luego les cortan la nariz por perdidas e incitar al pecado, según describía en su códice. Menudo pájaro el Aymeric, a cuantas se cepillaría el viejo monje cascarrabias, al menos con el pensamiento a unas cuantas; toda la pinta desde luego. Ahora que me acuerdo y veo el cielo tan encapotado, tengo que ordenar la mochila que vienen lluvias, y en Galicia no llueve: xove,... pero xove, xove, si... No sé si no comerme una barrita energética y así quito peso. No, mejor aguanto hasta Melide y me hago una visita de cortesía al Ezequiel, y con cuantas mas ganas lo pille, mejor… Y así avanzaba en el atardecer invernal, filosofando, entre profundas reflexiones metafísicas y teológicas sobre la conjunción terrena y astral, sobre el significado del Camino de Santiago en el peregrino del presente, tan ávido de insólitas e inéditas experiencias espirituales, tan necesitado de comprender la razón pura y empírica de los misterios de la vida, y de la jodida insoportable levedad del ser. Del ser, que no del tener, que tener lo que se dice tener tenía poca cosa, y el noventa por ciento eran “quechúa”. -¡Joder! Me estoy volviendo majareta. Había asimilado mi cruz, y cuando mis pies ordenaban, me detenía a descansar en cualquier lugar medianamente apropiado, permanecía quieto un rato mirando una estampa gallega de vacas que mugían perseguidas por el perro pastor, que se acercaba a ladrarme y dejarme claro que allí mandaba el, y continuaba la marcha... Así me planté en Melide, a continuación de una infinita travesía por un patético y triste camino ribeteado de arbolitos autóctonos que no convencen a nadie y de unos horrorosos pabellones, todo ello aliñado con un lúgubre cielo cada vez más gris y mas triste. Una de mis manías en el Camino, es hacer una pausa antes de asomarme al albergue, para celebrar que ya he llegado, como un último adiós momentáneo y con cierta pena al Camino por hoy, es un momento especialmente agradable. Tal y como hice metiéndome en un garito que se me insinuó de frente y sin preliminares. En el albergue me encontré con todos mis compañeros sanos y salvos: la pareja de Calatayud si vas a Calatayud, Aymeric y Yoli, que se alegraron de verme y yo de verlos. -Siempre llegas el último, cacho vago. -¡Coño! Hoy también vaya mansión para nosotros solos. Esto es un lujo. -¿Mansión? Pero si es un cuchitril. Un albergue para nosotros solos, espacioso, con calefacción, duchas calientes, literas con mantas, con cocina, sillas, una mesa, libertad total, nuestra casa del día; todo ello de donativo voluntario... y la palabra que utilizaba Aymeric para definir todo ese regalo para el peregrino era: cuchitril... -Pero mira que eres negado. Deberías ir de hoteles. Elegí la litera de al lado de la puerta y desempaqueté la mochila esparciendo todos los cachivaches entre los tres colchones mas cercanos. El saco tipo momia de plumas que pesaba dos kilos extendido en mi litera, las polainas, una térmica, tres barritas energéticas de sabor a plátano, la riñonera y un par de calcetines en la de arriba; a la de al lado fueron a parar mi neceser, que era una bolsa para congelar con autocierre, el pareo, los pantalones de pasear, una bufanda y la capa,... y en el suelo las botas y las chanclas. Probé la cama y me pareció suficientemente confortable, cogí el jabón lagarto y el pareo y me fui a la ducha... La gocé como la mejor ducha que un peregrino se hubiera podido dar en todo el Camino desde el Aymeric de antes al Aymeric de ahora. Francamente me sentó mejor que ninguna anterior y disfruté un buen rato del chorro de agua que golpeaba en mi cuerpo. Además me sentía especialmente bien y la pupilas gustativas comenzaban a relamerse con lo que les esperaba. Definitivamente me encontraba en la gloria y todo gracias a Aymeric y su salida de pata de banco, que hizo que apreciara con entusiasmo todo lo que me ofrecía una hospitalidad de la que desconocía su procedencia, pero que tenía serias dudas de merecer disfrutar. Habría que compensarlo. Me sequé y me vestí. Tenía más hambre que el perro de un titiritero, no sé cuantas horas llevaba sin comer... Desde Airexe, creo. -Alguien se viene al Ezequiel... -Yo. ¡Oh, no! Era él... El pulpo de Casa Ezequiel me pareció insuperable. Fui con disposición de crítico exigente, pero no pude encontrarle ninguna pega. Aymeric y yo, sentados a una larga mesa para nosotros solos, pedimos un menú que incluía una buena bandeja de pulpo para cada uno de primer plato, unas costillas con patatas de segundo y una tarta de queso de postre. Comimos con hambre y bebimos con sed, un vino turbio que estaba en su punto de temperatura, Aymeric no era muy de vino y le costó catarlo, pero una vez adentrado en el camino de la perdición, se mostró suelto y pasó a llevar la iniciativa. Hasta llegó a decir que no estaba mal, todo un sorprendente elogio que me pilló a traspiés u me hizo dudar si se habría tratado de una confusión o una inconsciencia. Las jarras fueron cayendo, y entre la sed, la facilidad con la que entraba, nuestro estado de relajación tras la dura jornada caminera, el cansancio y el sueño, nos fuimos alegrando casi sin pretenderlo. Aymeric achispado y desprovisto de su rígida coraza era otro tipo. Se mostró mucho más cercano y gracioso. Me contó un par de buenas historias y sus intenciones de futuro. Era un apasionado de los caballos y quería comprarse un caserío asturiano por el monte y dedicarse a criarlos. Al rato se nos unieron otro par de peregrinos y un taxista que les había traído desde Arzua, pues un batallón de escolares habían abordado el albergue y se habían visto obligados a buscar otra alternativa de alojamiento, y finalmente habían optado por pasar la noche en un hostal de Melide; y mañana el taxista los devolvería a Arzua para desde allí continuar camino. De modo que terminamos compartiendo la velada con ellos;, contando nuestras batallas por tierras gallegas, cada cual más emocionante, sobre todo las de Aymeric; hasta bien entrada la noche. Cuando sentimos que había llegado el momento de la retirada, nos despedimos y nos marchamos del Ezequiel. Entre los dos conseguimos encontrar el albergue relativamente pronto, teniendo en cuenta que era noche cerrada y la iluminación, en parte a causa de los vapores etílicos, era de una nitidez más bien exigua. No se oía ni la radio, el resto de compañeros ya estaba dormido cuando llegamos, y lo mas sigilosamente que pude, aunque era una de esas circunstancias en las que no se puede pretender pedir peras al olmo, me arrastré hasta mi saco tipo momia.
Posted by Bolitx
in 02 Camino Francés, invierno 2007
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22:05
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