En el segundo cafe del desayuno, la hospitalera me había insitido en que me quedara descansando y ayudandole en los quehaceres del albergue, pero tenía claro que mientras pudiera dar un paso seguiría haciendolo.
Me preparé los pies con mimo y casi como si estuviera realizando un rito sagrado. El proceso se me hizo largo y pesado, pero me lo tomé con paciencia controlando la mente y sus ansías urgiendo a tirar adelante.
El Camino me llamaba...
Arrés-Ruesta. 30 km.
... Y lo hacía en uno de los tramos mas grandiosos que he pisado.
Abandoné Arrés con una mirada final al pasado y a su petrea y digna medieval imagen derruida que permanecerá en mi retina para los restos.
Bajé atajando desobedeciendo al camino y comenzó una travesía por un planeta desconocido, desierto, seductor y extraordinario.
No sé que día era, pero Martés se mostró contundente adelante y por mi izquierda encaramado en un alto, flotando como un iceberg de tierra sobresaliente en un mar amarillo ondulado.
La vista del paisaje increpaba a gritos que me demorara y lo observara todo con detalle, pues no era tan fácil hacerlo al pasar,... no lo era digerir las semiborrosas, destelleantes y parpadeantes imagenes.
Un peregrino alemán se encuentra sentado a la vera del Camino en una pose parecida a "El pensador", una libreta de notas entre los dedos y una desproporcionada mochila a su vera como un extraño ser sin extremidades de compañía.
Incapaz de caminar media hora seguida y recambio de calcetines incluido en el lote de interrupción sincronizada en territorio lunático, a Martes le sustituirá lentamente y arrastrando el tiempo, un Mianos de elevada y enigmática planta.
Pistas entre cereales, rodeos, un bosquetel, mas pistas, mas cereales y,... el oasis...
... Se llamaba Artieda, y la subida me dejaría definitivamente fraguado para un largo descanso con pies desnudos y vulnerables a causa de una sofocante veintena de kilómetros, acomodado en un balcón con vistas a la vastedad de un horizonte donde surgen los Pirineos sobre un melancólico oceano azul raro de extraña antesala a sus pies.
Excelentes y sencillos bocados en un albergue donde se respira el ahogo del recrecimiento y en el que forjamos el trio de los temerarios, los únicos de un grupo que parecía una manifestación de vagos reivindicando su oficio, que osarían caminar en un lánguido atardecer distinguido adecuadamente con extrañas lindes e incitantes comarcas abandonadas a conquistar.

El recorrido a Ruesta lo recuerdo como una maravilla, la calma de un bosque de robles y flechas amarillas en cada árbol,... la cola del pantano demasiado lejano para un baño, una derruida ermita donde los peregrinos perpretran de las suyas con ese curioso arte que no logro comprender...
... Y finalmente, un cojunto arruinado de piedras en el que resalta por encima la... torre de Ruesta.