13 Abril 2006. Hoy amanece con el cielo muy cubierto, pero más que nubes es neblina y bruma proveniente del Miño, no parece que vaya a llover. Tras desayunar unos churros en un bar al lado del hostal, me pongo en marcha.
Comienzo por la carretera que conduce a Lalín. La salida de Chantada es por una buena cuesta que me pilla un poco frío y con las piernas duras, pero poco a poco me voy soltando. Después de unos tres km la carretera se allana, aunque la tendencia es a seguir subiendo.
En cuanto veo una indicación a la Ermita de Nuestra Señora do Faro, me desvío y tomo una carreterilla que me lleva hasta Peñaseita. El ambiente es muy fantasmal, con una cerrada niebla que no me deja ver mucho más allá de la rueda delantera.
Por supuesto no veo ni una flecha amarilla, pero por suerte la subida a la ermita está indicada. En Peñaseita empieza la subida de verdad, la carretera toma una inclinación bastante considerable, así que meto el 32 x 25 y p’arriba.
La subida es muy larga, pero muy llevadera por el bonito paisaje y porque no pasa absolutamente ni un coche. Después de unos km, empieza a clarear, pronto me quito la chaquetilla. Después de un rato he dejado abajo las nubes, es una gozada, el cielo azul radiante y por debajo un mar de nubes que no me deja ver Chantada. Poco a poco la vegetación va cambiando, ya no es tan frondosa y en vez de carballos pedaleo entre pinos.
A poco de llegar a la cima veo ¡una flecha amarilla! Pintada en el asfalto. Después de una curva a la izquierda y una última rampa muy fuerte, llego a la explanada en la que está la Ermita. Probablemente fue este mi mejor momento del Camino, increíble, desde la Ermita se puede ver en 360 º, el mar de nubes que he dejado atrás, y hacia delante la comarca del Deza totalmente despejada, a vista de pájaro. No hay ni un alma y el silencio es absoluto, no hay viento y los aerogeneradores cercanos están parados. He pasado de los 300 m de altitud de Chantada hasta los 1100 m de la cima.
Después de un buen rato disfrutando, toca descender hacía Rodeiro. La bajada es vertiginosa, hay que ir con cuidado. Un poco antes de llegar a Rodeiro me sale otro chucho que me hace meter el plato grande y sprintar al más puro estilo Petacchi.
En Rodeiro paro a tomar algo. De nuevo hace un día más de verano que de primavera.
Reemprendo la marcha por la carretera que conduce a Lalín, pensando que ya no vería flechas amarillas hasta unirme con la Plata, pero al poco de salir encuentro un camino a la derecha señalizado con una flecha pintada en un bloque de granito. El camino transcurre por una buena pista a la vera del río, pero un poco más adelante llegan unas corredoiras muy encharcadas. Poco después salgo a otra carretera, no veo ninguna flecha, así que vuelvo a la izquierda para llegar otra vez a la carretera general y descender hasta Lalín.
Desde Lalín podría seguir hasta Laxe por la carretera, pero tengo muchas ganas de llegar a la Plata, así que bajo hasta la estación de tren y allí ya tomo mi reciente Camino de Agosto del año pasado.
Llego pronto al albergue y no hay nadie, pero llamo a la encargada, Victoria, que vive al lado y acude enseguida. Tomo una litera de uno de los dos dormitorios grandes, me ducho y voy a comer. A la vuelta hago la colada y me echo una siesta, hasta media tarde que viene Victoria y charlamos un rato, junto con una vecina que nos invita a unos helados.
A eso de las seis de la tarde aparecen en la puerta del albergue tres furgonetas, los conductores nos anuncian que dentro de poco llegará un pelotón de ¡17! ciclistas. Como en el albergue solo estoy yo, Victoria les permite dejar las maletas en los dormitorios, pero me comenta que está gente no le gusta nada, al igual que un grupo de ¡¡¡60!!! portugueses que tuvo ayer y que hacían el Camino en autocar. Me dice que mejor me cambie al dormitorio de minusválidos, que está en la planta de abajo y así me dejarán descansar tranquilo.
Casi a las ocho llegan los ciclistas. Es un grupo muy heterogéneo, con chavales de 16 años y gente más mayor. El “capitán” es un sacerdote de 33 años. Como era de prever, con su llegada se acaba la tranquilidad, menos mal que me he cambiado de dormitorio. Me comentan que a las nueve van a hacer una misa en el albergue y que si quiero asistir, pero a esas horas prefiero alimentar la panza, así que me voy a cenar.
Cuando vuelvo ya han acabado y se marcha a cenar, yo me despido de Victoria y me voy a la cama, que mañana quiero salir prontito.