Ayer me encontré caminando bajo la lluvia por las calles de Santiago (mi Santiago), ya era casi de noche y todas las luces del comercio, las luminarias, los semáforos, se reflejaban multiplicándose por doquier entre las gotas de lluvia y los charcos. Siempre me gustó caminar tranquila bajo la lluvia y mojarme; por un largo momento me sentí nostálgica, recordándome como aquella estudiante despreocupada que recorría la ciudad por todas partes sin tener noción del tiempo.
Gracias a eso, me encontré y descubrí rincones de este Santiago antiguo un poco decadente, que ya no existen. Como aquel cine arte al que sólo llegaban estudiantes algo taciturnos y algunas personas de la tercera edad. Había funciones en las que sólo éramos seis personas en una sala para más de doscientas, un submundo de las películas que no llegan a las salas comerciales.
Hasta allí llegaba ahorrándome todos los transportes, caminando y caminado feliz(incluso faltaba a clases ), para comprar la entrada al mundo fantástico de otros mundos: Películas rusas, suecas, españolas, del cine alemán, italiano, etc., casi era manía, pues la cartelera la cambiaban constantemente y no quería perderme nada.
Cuando salía, transportada por ese barniz diferente, (no el de las historias hollywoodenses), volvía a caminar largamente, ahora con imágenes que iba procesando en ese paso a paso. Era el caminar deseoso primero, luego el caminar meditativo. (Si hubiera tenido un cuenta kilómetros no creería lo que fui capaz de caminar sin darme cuenta).
El hombre actual se ha vuelto tan cómodo que se acerca a todas partes en auto, en metro o de cualquier otra forma, pero ya casi no camina, por eso de no 'perder el tiempo' y ha perdido la posibilidad de descubrir y descubrirse en el ritmo cadencioso de andar a pie, detenerse, mirar, contemplar..., y lo peor es que ni siquiera sospecha que existe esa posibilidad, no tiene tiempo. ¡Qué lástima!.
Por aquí sigue lloviendo, música tras los cristales.
Buen Camino a los Peregrinos del Camino y a los de la Vida, también.