Nunca he oído roncar como en los albergues y refugios del Camino: impresionante. Aunque yo también ronco ocasionalmente, soy de los que, sobre todo en mis comienzos, le costaba dormir, y por tanto me he chupado todos los tipos de ronquido que se puede uno imaginar. Y es que hay algunos increíblemente inverosímiles. Incluso tengo una lista particular digna de aparecer en algún estudio científico de la revista "Muy interesante".
Tenemos, por nombrar algunos, el normal o típico ronquido gruñón, el ronquido gorgorito, el hipohuracanado, el ronquido tic-tac, el ronquido-inmersión, el ronqui-vespino, el ronquisilbido, el continuogruñido, el ronqui-gabacho (los gabachos goncan con “egue”), el murguero moruélico y el ortodoncial raticulado… como veis la terminología tiene cierto parecido con el lenguaje médico. En todos los albergues me han tocado roncadores natos, verdaderos profesionales, campeones olímpicos sin paliativos, lo mejor de lo mejor, lo más-más mucho más y lo tope de lo tope. Experimentados e infalibles, nacidos para roncar, curtidos y mejorados con el paso de los años como el buen vino en barrica de roble; arrasadores sin piedad, cada uno en su categoría.
Recuerdo algún caso que me fascinó especialmente y me quedó marcado en la memoria para los restos. En el polideportivo de Portomarin, con más de doscientos individuos dentro, solo durmió uno: el que roncaba. Pero es que aquello no era roncar, aquello era una cosa increíble e inaudita, una tortura auditiva en toda regla. Aquel tipo, mejor dicho, aquel oso cavernario gigante procedente del paleolítico pre-superior en profunda hibernación era un reventador de tímpanos y trompas de Eustaquio. Por el aterrador estrépito, parecía tener colocado un altavoz en medio en la garganta. La gente se levantaba en mitad de la noche a verle la cara y poder tenerlo identificado en el futuro, y así esquivarlo en las siguientes etapas. Hubo hasta quien le sacó fotos, a saber con qué escabrosas intenciones… Mientras el plantígrado tronaba imperturbable
-¡¡¡GGGRRRRRRRRRRRRRROOOMMMMMMMMM!!! ¡¡¡FIIIUUUUUUUUUU!!!
Si la situación y el albergue lo permiten tengo un truco, que ciertamente no siempre funciona, y es estudiar a los peregrinos presentes y adivinar cuál esconde de un presunto roncador en potencia, para evitarlo en la medida de lo posible, claro está.
En el de Burgos, me acoplé astutamente al lado de la litera de una chica pequeña y con voz de pito, regocijándome en lo bien que iba a planchar la oreja esa noche. Acerté, la pava no roncaba, pero sacaba otro ruidito peor que los ronquidos, una especie de chasquido uniforme, monótono, insoportablemente repetitivo y con una frecuencia más precisa que la de un reloj suizo autoajustable por satelite; como para volverse loco, -nnck-chik... nnck-chik... nnck-chik -sin tregua. Me hice un nudo con la almohada en la cabeza, pero seguí escuchándolo durante toda la noche, y parte de la mañana siguiente.
Cuando peor lo pasé fue en el camino del norte, en Santander. Me tocó en la litera contigua un roncador angustioso, de los de apnea. Eso sí, tuvo la gentileza de avisarme.
-Me llamo Roberto y ronco como un animal.
Originaba un estruendo que iba de menos a más. Al principio imperceptible, para ir aumentando poco a poco, subiendo el tono hasta alcanzar unos niveles decibélicos inconcebibles. Cuando los cristales estaban a punto de estallar, paraba de golpe y se quedaba quieto parado, sin respirar. Y entonces empezaba la cuenta, como en el juego del escondite pero en dramático: uno, dos, tres, cuatro... treinta y nueve… cincuenta y ocho... y el tío seguía sin coger aire. Como para lograr el record mundial de inmersión submarina. De repente te daba un susto de muerte, la patata a punto de salírseme del pecho. El estruendo comenzaba ahora de golpe, cortante, como una deflagración estrepitosamente explosiva, un bing-bang-ben de desparrame universal que uno confundía con un macro terremoto sísmico entre Casiopea y Andrómeda con epicentro en la Tierra… para ir disminuyendo y perdiendo fuerza, justo en sentido inverso que antes. Entre los sobresaltos auditivos y el cante que echaban sus neblinosos calcetines, similar al emanado por una mofeta en celo, más que dormirme, me desmayé o perdí el conocimiento.
Una de las escasas veces que no he oído roncar en un albergue fue en Alija del Infantado, más que nada porque estaba solo. Aún así me costó lo mío dormirme. Allí solo, acurrucado contra la pared y un poco alerta, imaginando unos pasos furtivos detrás de la puerta, echaba en falta un peregrino roncador a mi vera.